ENCUENTRO de una tristeza supina que la aprobación de la Ley de Abusos Policiales haya pasado ante los ojos de la opinión pública de este país absolutamente desmerecida por la nada conciliadora estampa del griterío protagonizado por EH Bildu y PP. Lo siento mucho, pero no han estado a la altura de las circunstancias tampoco esta vez. No lo ha estado el PP, que ha querido hacer de la jornada un escenario electoral más anunciando que buscará imponer a través de los tribunales el entramado legal a medida de una percepción de la realidad que no comparten nueve de cada diez vascos. No lo ha estado EH Bildu, enzarzados con los representantes de un sindicato policial en pleno debate parlamentario. A Julen Arzuaga la sesión de punching ball con sus propios fantasmas -“nazis” y “franquistas”- le permitió eludir la inexplicable abstención de su partido. A Alfonso Alonso, la espantada le dio pie a magnificar su voto en contra, como si tuviese relevancia social. En la abstención también acompañó Elkarrekin Podemos. A la izquierda interfronteriza no le parece bastante en Euskadi una norma que no es capaz de promover en el Estado. A las víctimas se les dice, desde la izquierda abertzale, que deben sentirse insatisfechas con la ley porque es insuficiente, que la botella está medio vacía. Lo dicen quienes no han puesto una sola gota en ese recipiente. El fin de la norma no parece merecer que se la salvaguarde de una campaña electoral lanzada, de un tono político ínfimo, marcada por la mentira y la sobreactuación. Si van a seguir así, mejor que, entre tanto, dejen de acudir al Parlamento. Lo de esta semana no merece el gasto en luces.