NO se trata de lanzar soflamas desde esta columna reivindicando una de las espinas clavadas en el costado del nacionalismo español, con más desvergüenza que memoria histórica, por cierto. Gibraltar fue cedido por España al Reino Unido en 1713 por el Tratado de Utrecht. El mismo que liquidaba de facto los derechos e instituciones propias de Catalunya ya que el rey Borbón, Felipe V, se negó a que el texto pactado con el Reino Unido las reconociera, como en un principio se pretendía. Así que, del toma y daca, España perdió Gibraltar y laminó a Catalunya. ¿A qué viene todo esto? Pues a que ayer mismo, mientras los políticos catalanes presos por convocar un referéndum de autodeterminación eran trasladados a Madrid para ser juzgados dentro de diez días, el Consejo Europeo reconocía por vez primera al territorio de Gibraltar como “colonia” -en el caso de un Brexit sin acuerdo- y sitúa la resolución del contencioso en base a los criterios de Naciones Unidas. El pronunciamiento, para ser oficial, deberá ser aún aprobado por el Parlamento Europeo y eso está por ver. Pero los que aplauden el guantazo a la pérfida Albión deberían ser consecuentes mañana. Es decir, si el futuro de la “colonia” deberá resolverse por la doctrina de la ONU, el ejercicio del derecho a la autodeterminación es inevitable por ser el procedimiento de descolonización naturalizado en el derecho internacional. Así que los gibraltareños serán los que elijan qué quieren ser. No el conjunto de los ciudadanos del Estado español ni del británico. No me parece mal precedente encaminarse al ejercicio de la libre decisión de los ciudadanos de una parte del territorio que el Estado considera español. Por ahí se solucionarían otros contenciosos.