NUNCA es tarde para reflexionar, diagnosticar y decidir un nuevo rumbo, si ha fracasado el proyecto inicial, como ocurre con el de la construcción europea basada en la solidaridad, la paz y la democracia que dentro de unas semanas, consumado el triunfo electoral de Boris Johnson, dará validez al deseo de los casi 17 millones y medio de británicos (51,9%) que acudieron a las urnas el 23 de junio de 2016 y votaron al Brexit. La salida del Reino Unido será el próximo 31 de enero, cuando restarán apenas cuatro meses para que se cumplan 45 años desde que el 5 de junio de 1975, otros 17 millones de británicos (67% de los votantes) estaban de acuerdo en formar parte del proyecto europeo y tan sólo 8 millones y medio estaban en contra.

La pregunta es obvia: ¿Qué ha cambiado en estos 45 años para que los británicos apoyen el Brexit mayoritariamente? En realidad pocas cosas, salvo la situación económica del Reino Unido, que rechazó la invitación de formar parte de las primeras instituciones europeas: la CECA (1950) y la CEE (1957) cuando se vivía un época (1945-75) de imparable crecimiento económico que los franceses llamaron Trente Glorieuses y los alemanes Nachkriegsboom o boom de la posguerra. Eran tiempos para que las ideas europeístas de Monnet o Schuman recorrieran las maltrechas ciudades europeas reclamando la unidad de todos los países para evitar nuevas guerras, tal y como refleja una postal italiana, editada en 1947, en la que un velero navega empujado por las banderas de los países europeos colocadas como velas y bajo el título de A vele spiegate (A toda vela).

Los británicos, lejos de aceptar la invitación, lideraron la creación (1960) de la EFTA (European Free Trade Association) como bloque comercial alternativo e integrado por Austria, Dinamarca, Noruega, Portugal, Suecia, Suiza y, naturalmente, el Reino Unido. Sólo cuando las consecuencias de la crisis energética (1973) erosionaron la economía británica, Londres solicitó y consiguió entrar en la CEE. No existía, por tanto, vocación europeísta ni europea, sólo interés económico como demostró Margaret Thatcher negociando y consiguiendo (1984) el cheque británico como compensación a las ayudas a la agricultura europea en los presupuestos de la CEE.

conflictos Ahora, casi medio siglo después de que aceptaran el proyecto europeo como animal doméstico (parafraseando aquel anuncio de TV), los británicos abandonan Bruselas, donde las ideas y propuestas de los llamados padres de Europa que trataban de remendar y cicatrizar las heridas de la guerra han quedado arrinconadas y olvidadas, como si fueran trastos viejos inservibles. Porque tan poco europeístas como el Reino Unido son los responsables de las instituciones europeas que han demostrado su incapacidad para fortalecer las singularidades del proyecto europeo más importante de su historia y, con ello, hacer frente a conflictos de la crisis económica derivada de la globalización neoliberal, cuyos ejes de conflicto se centran en la desigualdad social, la precariedad laboral y la migración.

Europa, más bien aquellos que tienen responsabilidades económicas, políticas y culturales de gobierno, debe reflexionar sobre la confluencia de dos tendencias que se oponen entre sí y que generan un clima euroescéptico o antieuropeo. Es el hecho de que mientras aumenta la desigualdad social y económica entre los ciudadanos europeos, desciende la respuesta democrática de las instituciones europeas y de los propios países. Con una mayor desigualdad y menor democracia el populismo adquiere más fuerza en medio del epicentro sísmico o eje conflictivo que representan el enfrentamiento entre la élite cultural y la élite financiera, así como entre la globalización y la migración que han terminado por acrecentar las fracturas provocadas por el euro, la deuda pública (países ricos y pobres) y la precariedad laboral.

Como bien señala Thomas Piketty en su último ensayo, Capital e ideología, la desigualdad no es sólo un asunto tecnológico o económico, sino ideológico y político, porque es la ideología y la política las que mueven y modifican las estrategias financieras y económicas que marcan la desigualdad social. Es en este punto donde la dejación e incapacidad de las instituciones europeas han sido propicias para acrecentar el populismo de derechas empujado por las clases más desfavorecidas que han perdido toda esperanza en las escasas y trasnochadas ideas socialdemócratas.

La salida del Reino Unido no es sólo responsabilidad británica. Europa no ha aprovechado la oportunidad que brindaba la crisis económica para buscar la singularidad de su proyecto y aplicar la solución correcta. Simplemente se ha dejado llevar por la inercia globalizadora. No obstante, repito las palabras con las que iniciaba este artículo:

Nunca es tarde para reflexionar, diagnosticar y decidir un nuevo rumbo.