Si queremos describir los tiempos que vivimos hoy, no es fácil encontrar palabras tan precisas y fascinantes como las que Charles Dickens escribió hace 160 años, colocadas en el frontispicio de esta columna de opinión que pretende compartir con sus lectores el devenir socioeconómico del curso que acaba de comenzar. Son las palabras con las que el escritor británico inicia una de las mejores novelas históricas, Historia de dos ciudades, que marcaron de forma profunda la idea que los europeos podían tener del Londres victoriano y el París revolucionario a mediados del siglo XIX.

Aunque, lo realmente significativo de estas palabras reside en que también retratan la situación bipolar que vivimos en Europa, porque la fascinante descripción que hace de un conflicto entre dos ciudades emblemáticas. Entre dos mundos tan distintos y distantes como eran la aparente tranquilidad, vida sencilla y ordenada de la capital británica frente a la agitación, el desafío y el caos que se vivían a orillas del Sena. Una situación tan compleja y contradictoria como lo es el escenario actual, palpitante y tenebroso después de un problemático y aparente descanso en el cálido verano que, dicho sea de paso, nos ha dejado helados.

Lo cierto es que, con tantos y tan graves problemas que, a día de hoy, se tienen encima de la mesa, resulta difícil decantarse por uno en concreto. Tomemos tres de ellos: Europa, Brexit e investidura de Pedro Sánchez. En ellos comprobamos cómo donde hay ignorancia económica hay soberbia política que desprecia la ideología y el bien común, transformando las esperanzas primaverales en desesperación invernal por obra y gracia, primero, de la espinosa situación económica de la locomotora europea, Alemania, segundo por la irrupción política de Boris Johnson, protagonista del acto más grave en la historia de la Unión Europea, al cerrar el Parlamento británico y convertirse en un dictador, aunque sólo sea por unas semanas, que ha traído las tinieblas y, tercero, por esa telenovela interpretada por Sánchez y Pablo Iglesias, máximos responsables de una hipotética ideología progresista.

Se puede observar cómo, en los casos citados, han entrado en crisis los tres principales factores que definen, originan e influyen en la democracia y en el estado de bienestar. Son la economía, la política y la ideología. Son factores que la ciudadanía creíamos tener en nuestras manos para caminar hacia el cielo, pero la guerra comercial desatada por Trump, claramente económica, la frivolidad política de Johnson con tintes victorianos y la carencia de una ideología consistente en Sánchez e Iglesias, nos han devuelto a la realidad para comprobar que, entre unos y otros, han extraviado nuestro destino en el corto plazo y, si nadie lo remedia, nos llevan por el camino equivocado y opuesto.

A tenor de lo que está ocurriendo, es evidente que de nada sirven la indignación de unos pocos ciudadanos, que chocan frontalmente y terminan oscurecidas por el beneplácito de otros ciudadanos que celebran las bravuconadas de Trump, los desplantes de Johnson o los dimes y diretes, vía las redes sociales y los medios de comunicación, de dirigentes socialistas y podemitas. Como tampoco se presta atención a las advertencias hechas desde distintos organismos, como el BCE que ve crecientes signos de debilidad en la zona Euro hasta el punto de recobrar los estímulos que durante varios años han mantenido a la economía con respiración asistida.

He aquí el mayor de los problemas. No se trata del bajo (por no decir inexistente) nivel político, económico e ideológico de estos dirigentes, sino de la indiferencia de buena parte de la sociedad y la ausencia de una alternativa por parte de la oposición ante la incongruencia de “nuestra más notables autoridades”, como las definía Dickens hace 160 años, que “insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo”. Pues bien, en grado preeminente habrá que poner en valor alguno de los mensajes de pensadores que nos han precedido, como Goethe cuando dijo “Esta es la última conclusión de la sabiduría: la libertad y la vida se merecen si se las conquista todos los días”.