cERRADAS y escrutadas las urnas de la que ha sido la segunda cita electoral en menos de un mes, llega la oportunidad para que algunos políticos, especialmente los que tienen responsabilidad de gobierno y oposición, abandonen el ejercicio del bastardear la política con muchas promesas y demasiados insultos, para dedicarse al arte de administrar los recursos públicos como forma de satisfacer las necesidades de la sociedad. Es la diferencia entre politiquería y política, según la Real Academia de la Lengua. Es el contraste entre inflar la burbuja electoralista o tratar de solucionar alguno de los muchos retos que presenta la economía europea.

Pero, mucho me temo, los numerosos y graves problemas seguirán amenazando sobre nuestras cabezas como si se tratara de la espada de Damocles. Son retos políticos, como el Brexit y el movimiento ultraderechista antieuropeo; contradicciones sociales, expresadas en las corrientes migratorias o el medio ambiente; y desafíos económicos que (por citar algunos) se sustancian en la precariedad laboral, el desempleo, la desigualdad, las pensiones, las dificultades del sector bancario, la guerra comercial o precio del petróleo. En teoría, muchos de los que viven de la política dicen tener solución a todos ellos, cuando en realidad, como decía Groucho Marx, utilizan la política como “el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”.

Sin embargo, tras las dos citas con las urnas (28 de abril y 26 de mayo) se abre un periodo en el que debería prevalecer la calma electoralista en las Diputaciones Forales, Estado español y la Unión Europea. Después de todo, son muchos los avisos que pronostican que estamos sobre arenas movedizas, dejando en el ambiente demasiados miedos y recelos como para que, quienes han recibido nuestros votos, puedan seguir inmersos en sus particulares, gratuitas e intrascendentes peleas personales y partidistas.

PREMISAS FALSAS Y SÓLIDAS. Es tiempo de abandonar la burbuja electoralista, porque como decía en 2010 el magnate, inversionista y filántropo Warren Buffett, en referencia a la crisis económica: “Puedes tener muchos más problemas para invertir con una premisa sólida que con una premisa falsa”. En efecto, nadie en su sano juicio nos pedirá que pongamos nuestros ahorros en trajes invisibles o el elixir de la inmortalidad. Las premisas falsas son ridículas y descalificables en sí mismas, pero sirven para crear una premisa sólida, como ocurrió cuando se aseguraba que el precio de la vivienda no bajaría jamás y que los tipos de interés se mantendrían bajos. Cuando la realidad hizo que se incumplieran ambas premisas, porque eran falsas, surgió una de las cinco mayores crisis económicas de la humanidad.

Acabado el tiempo de las palabras vacías, la provocación y el insulto, llega el de los hechos. Los políticos han agotado papel, plumas y tinteros con burbujas cuando lo que necesita la sociedad son respuestas a sus necesidades, porque se hace difícil navegar entre tanta letra impresa que nos habla de teorías tan metafóricas que resulta difícil comprenderlas. La falta de perspectiva de futuro resulta desoladora. La estrategia económica no es una herramienta para la carrera de los políticos, sino el medio por el que debe alcanzarse una mayor justicia social.

La burbuja electoralista, esa que se crea con premisas falsas con apariencia de sólidas, ha generado demasiados problemas a la sociedad como para que ahora, en el día después de lo que se ha llamado segunda vuelta electoral, unos (los distintos gobiernos salidos de las urnas: europeo, español y foral) y otros (la oposición) abandonen el simulacro de buscar premisas falsas con las que justificar sus fracasos y puedan proponer medidas realizables.

Tenemos, cuando menos, cuatro años por delante para paliar los daños colaterales de la guerra comercial emprendida por Trump,para evitar que la temida desaceleración económica europea desemboque en una nueva recesión, para tratar de estabilizar el precio del petróleo, para crear empleo estable y digno, para solucionar el problema de las pensiones, para consolidar el sector industrial, para reactivar las inversiones en I+D+i, para frenar la ultraderecha antieuropea y para muchas otras cosas más.

En resumidas cuentas, es tiempo de madurez política.