PEDRO Sánchez va a tener que emplearse a fondo para aplicarse a sí mismo los consejos que vende en su especie de libro de autoayuda Manual de resistencia y superar la batalla del relator que, entre propios y extraños, le han preparado como parte de esta guerra que -como todas las guerras, al fin y al cabo- tiene ingredientes tan infames, tan indignos, tan despreciables y cuyo único objetivo es derribarle. De nuevo.

Es verdad que este episodio del relator se ha gestado mal y se ha vendido peor. Hay errores de bulto desde el inicio por ambas partes, dicho sea con toda la intención. Porque, ¿quiénes son las partes? ¿El Gobierno español y el Govern? ¿Los partidos españoles y los catalanes, ya que al fin y al cabo se trataría de una mesa de partidos? ¿Es un relator, un mediador, un notario, un facilitador? ¿Hay acuerdo, más allá del término, en su cometido? No lo sabemos a ciencia cierta. Lo que sí sabemos es que nos hablan de cosas distintas según el interlocutor.

Pero el verdadero problema está en la irresponsable reacción de la derecha española, espoleada por su operación en Andalucía, que considera el prólogo de su asalto a La Moncloa, con la miserable complicidad de parte del propio PSOE, que nunca ha tragado a Sánchez y ve ahora otra oportunidad para quitárselo de encima. Ambos se relamen en su idea de que agitando la calle y enarbolando el más rancio patriotismo, ese nacionalismo español disfrazado de falsa defensa de la Constitución, logren -ya que son incapaces de ganar una moción de censura- doblegar la proverbial resistencia de Sánchez y sea la tumba política del aún líder socialista, al que insultan -felón, traidor, peligro- como matones de taberna.

Esta derecha retrógrada, autoritaria, supremacista y trumpiana que forman PP, Ciudadanos, Vox y esa parte del PSOE intercambiable en aspectos identitarios no quiere relatores en Catalunya porque ya tiene los suyos. Los ha tenido con la Guardia Civil, con el juez Llarena, con la Fiscalía y espera con fruición que lo sean los magistrados del Tribunal Supremo en su sentencia tras el juicio que arranca la semana que viene.

Porque toda esta algarabía no es ajena al contexto en el que se produce, en vísperas de la vista oral del procés. Solo ese relato les vale, porque lo ven ganado. Pero cuidado: ya hay voces autorizadas en la derecha mediática inteligente que apuntan a que la condena a los líderes independentistas no debería ser por rebelión sino por un descafeinado “conspiración para la rebelión”, aunque solo sea para no exponerse al tremendo “desprestigio” que supondría para la justicia española que el Tribunal de Estrasburgo anulara la sentencia. Es decir, que el nuevo relato ya se está construyendo en la sombra. Los defraudados no van a caber esta vez en la plaza Colón.