NO logro acordarme de la primera vez que se hizo la noche en la Sala Tornamira, se encendieron las estrellas y hablé bajo su manto frío pero acogedor. Lo he intentado esta semana, pero se me amontonan muchas diferentes, porque todas y cada una de ellas fue siempre la primera. Era el arranque para comenzar a contar historias en el Pamplonetario. Y la gente que estuvo con nosotros vivía también ese vértigo de sentirte con los pies colgando en el vacío infinito, como aquella niña que veía así todo el cosmos bajo sus pies.
Hubo veces en que las historias nos las trajeron astronautas (alguno hasta ministro), otras poetas (y científicas, que se parecen mucho también). Hemos tenido música, teatro, danza, hemos visto en esa noche que se desataba cada vez que comenzaba una sesión de planetario miradas llenas de curiosidad y amor.
Desde el martes se ha apagado ese molinillo que desgranaba historias tan fantásticas como que en el interior del Sol los protones forman núcleos de helio y esa luz llegará un millón de años después a iluminar la cúpula. O que nos permitía contar cómo el escriba del palacio celeste se dormía en su oficina y dejaba a la gente haciendo cola delante de la ventanilla, en el mismo sitio donde aquí vemos una Osa enorme. El fuego nos ha robado ese viaje que ahora seguían haciendo y que comenzamos hace más de tres decenios.
Ojalá, de verdad, como decían las responsables políticas, volvamos a tenerlo en marcha. Y propongo una fecha para darnos prisa: el 12 de agosto de 2026 tenemos un eclipse total de Sol.
El de Pamplona y otras decenas de planetarios del país están produciendo una película que contará el baile del Sol y la Luna. La dirige Fernando Jáuregui como muchas otras historias del Pamplonetario. Y sería bonito poder estrenarlo en la nueva sala Tornamira renacida del incendio.