La propaganda del Estado de Israel durante varias décadas ha creado un régimen similar al que masacró a sus padres y abuelos. Igualmente, ha fomentado una sociedad sociópata que no parece discernir entre el bien y el mal, e ignora los derechos de la población palestina. La deshumanización hacia estos es total. Niños, ancianos, mujeres, enfermos o civiles cuyas vidas no valen absolutamente nada. Lo he vivido en persona, como lo han hecho otros muchos periodistas que han trabajado en Israel, Gaza o Cisjordania.

El sufrimiento y las severas condiciones económicas impuestas a los alemanes trás su derrota en la Primera Guerra Mundial dio como fruto la llegada de Hitler al poder y convirtió a gran parte de la ciudadanía de ese país en una sociedad donde la deshumanización de los judios se aceptó como norma. Todos sabemos de las terribles consecuencias que provocó aquella barbarie.

Desde el pasado octubre, y como consecuencia del ataque de milicianos de Hamás que causaron la muerte de 1.200 civiles y el secuestro de 250 rehenes, asistimos a otra brutalidad aún mayor, en la que miles de ciudadanos palestinos indefensos son asesinados en “los refugios seguros” a muchos kilómetros de sus hogares y a los que han sido ordenados acudir por el ejército israelí. 

Mientras una parte de la población de Israel muestra su rechazo a la política criminal del gobierno de Netanyahu, otra parte, mayoritaria hasta ahora, niega la realidad y acepta la violencia y la tortura como necesaria para su protección. Israel es el único Estado “democrático” en el que es legal la tortura. Su aplicación contra los prisioneros palestinos está bien documentada por las organizaciones de defensa de los derechos humanos e incluso por algunos soldados israelíes.

La Unión Europea y los demás países del entorno destacan por su tibieza en la condena del genocidio, muchas veces en contra del sentir de su propia población. No han aprendido nada. Creen que con buenas palabras lograrán que Netanyahu desista de sus intenciones de apropiarse del resto del territorio que todavía está en manos del pueblo palestino. Actúan como Neville Chamberlain, el político conservador inglés que quiso aplacar a Hitler y cedió parte de la entonces Checoslovaquia a Alemania. Nada de esto sirvió para colmar las aspiraciones expansionistas del dictador nacionalsocialista.

La verdad es que a lo largo de los años, los israelíes han desarrollado suficiente poder para lograr el apoyo de Washington y de otros países europeos que les permiten ocupar y mantener un solo Estado de su propia invención. Los israelíes han obstruido la formación de un Estado palestino en su propia tierra: Palestina. Todo ello con la aquiescencia de sus vecinos árabes, cuyo compromiso con los palestinos siempre ha sido más verbal que real. Para los reyes de los petrodólares la situación del pueblo palestino es un engorro que procuran evitar.

La Ley del Estado-Nación de Israel niega la existencia nacional y cultural de los palestinos. Docenas de leyes consagran el estatus de segunda clase de los palestinos desde la fundación de Israel. Mientras que la legislación israelí ofrece a los judios de cualquier parte del mundo el derecho al “retorno”, niega ese mismo derecho a los propios palestinos o a los seis millones de refugiados dispersos por todo el globo.

Israel niega a la población el acceso a la tierra, o a la vivienda en amplias zonas del país; imposibilita su acceso al trabajo o a la educación y niega a sus representantes políticos la reclamación de sus derechos, cuando no los encarcela o asesina. 

Hoy por hoy, la Israel dirigida por Netanyahu es una sociedad de colonos que quiere eliminar a cualquier precio a una población indigena que se rebela, para ello no titubea a la hora de bombardear repetidamente con cínicas razones a miles de inocentes ante la impasibilidad del mundo político. Israel constituye un sistema de “apartheid” como antes lo fue Sudáfrica. Dudo de que se pueda considerar al régimen israelí como democrático que es el argumento esgrimido por algunos gobiernos europeos para salvaguardar su posición.

Creo que fue Marx quien dijo que “la Historia se repite; la primera como tragedia y la segunda como farsa”. Yo diría que esta vez se repite como genocidio. No tiene otro nombre.