Paso por un supermercado y me encuentro a un grupo de chavales y chavalas vestidas con camiseta blanca que arramplan las estanterías de vino y refresco acompañante. No me da por investigar más y, sin preguntar, ya sé que se van a Iruñea a pasar, por lo menos, sus próximas 24 horas. E imagino que en otros tantos supermercados de nuestro país la escena se repite. No seré yo la que ponga el grito en el cielo por la compra de alcohol para vivir la fiesta. Todos hemos tenido juventud. La festividad de San Fermín sigue siendo un polo de atracción mundial que engulle al visitante y agobia al residente. Y cada vez más.