Hasta el más desgraciado de los seres humanos tiene el derecho de soñar con la diosa Fortuna, imaginando con alcanzar fama, dinero, consideración social y buena ventura. Las parrillas de la tele convencional están plagadas de concursos en variados formatos. Concursar es una forma de tentar la suerte, de llamar al destino, de jugar a ser millonario. Es un verbo que conjuga acierto, decisión, conocimientos y habilidades, entre otras cosas, que debe dominar el valiente que se coloca ante las cámaras y se pelea con los oponentes. Una pelea sin par que es débil con los débiles, segura con los decididos, y generosa con los arriesgados. Dejando a un lado modelos como Got Talent, o realities como Gran Hermano, hay variaciones acertadas de concursos que premian el conocimiento y la preparación como el rosco de Pasapalabra, excelente espacio que aguanta en antena el paso del tiempo y que regala de vez en cuando, pelotazos por conocer las palabras. Así nos encontramos con auténticos diccionarios volantes, que manejan miles de palabras para gozo del personal y los bolsillos de los mejores conocedores de la lengua española/castellana. Todas las cadenas producen media docena de espacios de entretenimiento, que además de entretener educan y hacen producciones sencillas de escaso aparato técnico y realización cercana. Lo dicho, que si quiere ser millonario, si domina miles de palabras, si tiene la velocidad del lince y la contundencia del elefante, la Fortuna le espera agazapada entre las luminarias de un plató. Ha llegado el tiempo de la memoria. Ya pueden entrenar para concursar, para engrasar la maquinaria de los verbos constructores.
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