Cada verano, Bizkaia se convierte en un hogar temporal para decenas de niños y niñas ucranianos que huyen, aunque sea por unas semanas, de las secuelas de la catástrofe de Chernóbil y de la guerra que asola su país desde 2022. El programa de acogida, impulsado por la asociación Chernobil Elkartea, permite que estos menores disfruten de dos meses en un entorno seguro, lejos de las alarmas, la incertidumbre y la radiación que marcan su día a día en Ucrania.
Este año, 95 menores han llegado a Euskadi y Navarra, de los cuales 29 pasarán el verano en Bizkaia. El objetivo es claro: ofrecerles una tregua, un respiro físico y emocional, y la oportunidad de vivir experiencias que, en su país, resultan inimaginables. “Los niños suelen venir el 1 de julio y se van el 28 o 29 de agosto porque en Ucrania empiezan el colegio el 1 de septiembre”, relata Marijose Rodríguez, una voluntaria de la asociación.
“Recuerdo oír sobre la asociación y, me llamaba la atención lo que hacían, esto fue hace muchos años, cuando aún éramos menores de edad. Luego nos fuimos muchos años fuera y a la vuelta era una cosa que siempre había tenido en la cabeza, lo comenté y nos pareció bien”, relata Lorena, que junto a Beñat este verano han acogido a Luka.
Primeras veces
A mediados de 2023, esta pareja se hizo voluntaria y en diciembre tuvieron su primera experiencia. “No sabíamos qué esperar. Era la primera vez que lo hacíamos y la asociación la verdad que es una pasada, te ayuda un montón en todos los pasos, están disponibles en todo momento y bueno, te preparan todo lo que pueden”, relata esta familia.
“Al principio es un poco tantear el terreno, ver qué es lo que quiere, qué es lo que le gusta, e intentar comunicarnos, que es lo más difícil porque nosotros no hablamos ni ucraniano ni ruso y él tampoco habla inglés. La asociación nos ayuda mucho, ya que cuentan con traductores y cuando teníamos problemas de comunicación, les llamábamos y a través de ellos, nos entendíamos”, narran.
“Al principio fue raro porque ellos son más fríos que nosotros, en general la cultura es así y no te conocen, han visto una foto tuya y ya. Nosotros a él no le conocíamos, entonces al principio fue todo poco a poco. El primer mes incluso te diría que es un poco toma de contacto. Se nota mucho que este segundo año cuando ha llegado ya nos conocía, viene, y te da un abrazo, es muy diferente al primer año”, relatan Alex y Marta, que este verano, y por segunda vez, han acogido al pequeño Oleksandr.
El proceso de selección
“Hicimos dos entrevistas y una fue en videollamada y la siguiente fue una personal. Luego haces un curso online de unas horas donde participa también un psicólogo y te va diciendo situaciones que puedes vivir o cómo enfocarlas”, explican Beñat y Lorena sobre el proceso de selección y la preparación. “Durante toda la estancia hay sesiones, hay actividades y por WhatsApp hay varios grupos que nos comunicamos y si hay algún problema podemos llamar”, relatan.
Las familias vizcainas que deciden abrir sus puertas a estos niños lo hacen movidas por la solidaridad, pero también por la convicción de que el beneficio es mutuo. “Para mí es como ayudar. Un poco poner un granito de arena, porque al final para que te hagas una idea de todo lo que hay detrás para que un niño venga, para que sea capaz de hacer el viaje, venga aquí con muchos voluntarios detrás. Es todo, están los traductores, están los voluntarios que van en el autobús hasta allí, están los voluntarios de Ucrania, que buscan a las familias. Hay muchísima gente involucrada. Entonces, formas parte de ello”, relatan Beñat y Lorena.
Además, se asigna una familia de apoyo veterana, en la que el menor de acogida tiene más experiencia: “Si un niño cuando llega se pone a llorar, tiene a esa familia de apoyo en la asociación. Tener una familia de apoyo significa que hay una familia veterana que hace tiempo que acoge a un menor, pero que ha participado en más programas.Y ese menor más experimentado es capaz de calmar a ese niño”, relata Rodríguez.
La adaptación
Las diferencias culturales se hacen evidentes en las rutinas diarias: en Ucrania, los niños suelen comer cuando tienen hambre, sin horarios fijos, y están acostumbrados a una mayor autonomía. Aquí, descubren la importancia de las comidas en familia, la variedad de frutas y verduras, y actividades cotidianas como ir al supermercado, cocinar juntos o montar un mueble, que se convierten en auténticas aventuras. “A Luka le gusta mucho jugar con los LEGO, hacemos cosas muy normales”, relatan Beñat y Lorena, que también destacan que a Luka le encanta cocinar e ir a la playa.
Por otro lado, ambas familias están de acuerdo en que algo tan cotidiano como ir a hacer la compra es una aventura. “Cuando vamos a un supermercado se vuelve loco con la fruta, le hace mucha ilusión. Nunca había visto un niño al que le hiciera tanta ilusión la fruta”, relatan Alex y Marta. Beñat y Lorena también están de acuerdo en este aspecto, aunque a Luka lo que le vuelve loco son los guisantes: “Cuando vamos al supermercado siempre quiere guisantes, le decimos que todos los que quiera”, narran.
El aprendizaje es mutuo. Las familias vizcainas conocen de cerca la realidad de Ucrania, sus costumbres y la resiliencia de unos niños que, pese a la adversidad, muestran una capacidad de adaptación asombrosa. “La capacidad de adaptación es lo que más me asombra de él... El aprendizaje es una pasada lo rápido que aprende. Ahora, por ejemplo, la primera vez estuvo un mes y ahora lleva con nosotros dos días. Vemos que nos entiende muchas cosas. Ya es capaz de comunicarse incluso con algunas frases y eso nos sorprende muchísimo”, relatan Alex y Marta sobre el rápido aprendizaje de Oleksandr.
El final de esta experiencia llega con emociones encontradas. Las despedidas son duras, tanto para los niños como para las familias. “Han formado parte de nuestra vida durante dos meses. Se les echa de menos, pero sabes que vuelven con su familia y que, si quieren, el año siguiente podrán regresar”, relatan ambas familias.