Desde hace muchos años, en algún caso, incluso décadas, las principales ciudades del mundo han limitado el transporte particular en sus zonas centro. Bilbao esta semana ha dado a conocer cuáles serán las zonas de bajas emisiones que limitarán el paso de vehículos por ciertas partes de la villa de manera progresiva hasta su culminación en 2029 con la aplicación definitiva. Una medida necesaria, impulsada a nivel europeo, que busca el nada desdeñable objetivo de reducir la contaminación del aire y, con ello, mejorar la salud de vecinos y vecinas. Así, me sorprende la crítica lanzada desde ciertos partidos de la oposición sobre el retraso, los perjuicios para tal o cual sector e, incluso, el entorpecimiento de la propia movilidad en la villa. Y entonces, llegan preguntas que, de momento, siguen sin respuesta. ¿Es esta medida una contribución, además de a proteger nuestra salud, a frenar el imparable cambio climático?. Y si es que sí, entonces, ¿qué nos cuesta entender del cambio climático? ¿Entendemos que es el cambio climático pero no asumimos la necesidad de colaborar de manera individual para frenarlo? ¿Somos conscientes de que si no se rema en el mismo sentido quizás no haya vuelta atrás?. Mismos argumentos para el nada desdeñable obstáculo con el que también se encuentra el impulso de parques eólicos en nuestros montes. ¿Acaso es mejor llenar el mar de aerogeneradores como el de Armintza y olvidarnos de las opciones terrestres? ¿Qué diríamos entonces? ¿También nos opondríamos?. El equilibrio entre la argumentación de lo necesario y la defensa de lo individual sigue siendo de obligado cumplimeinto para la búsqueda del bien común. Cierto es, no seamos hipócritas, que a nadie gusta que le alteren su zona de confort. Pero el futuro, como diría aquel, ya está aquí. Y debemos darle respuesta a unas preguntas que, de momento, siguen sin tenerla.