Hace cuarenta años que decíamos aquello de “Berrogei urte eta gero, hau”. Tras la dictadura franquista, aquella transición. Se cumplen ahora cuatro décadas del secuestro, tortura, asesinato e intento de hacer desaparecer para siempre los cuerpos de los jóvenes Joxi Zabala y Joxean Lasa. Fueron las primeras víctimas del GAL, grupo terrorista y de funcionarios policiales financiado por las cloacas del Estado en su guerra sucia contra ETA que perpetró otros 25 crímenes. Sin ánimo alguno de comparar, la coincidencia de este aniversario con el secuestro de un centenar de ciudadanos israelíes por parte de Hamás nos puede ayudar a entender la angustia, el profundo dolor y padecimiento de las víctimas y de sus familiares. Suele decirse que la sociedad vasca ha pasado página de ETA, incluso sin haberla leído del todo. La sociedad española –la mayoría, se entiende– ni siquiera quiso saber que existía el GAL. Nadie habla de ello. Un grupo que tuvo sus organizadores, sus esbirros y sus encubridores. Y su X en la cúpula. Muchos años después, tras hallarse casualmente los cuerpos de Lasa y Zabala, fueron condenadas varias personas por estos hechos. El ex gobernador civil Julen Elgorriaga fue sentenciado a 71 años de cárcel. No pasó ni un año en prisión. Al general de la Guardia Civil Enrique Rodríguez Galindo, que dirigía el siniestro cuartel de Intxaurrondo de infausta memoria, le cayeron 69 años. No llegó a estar ni cinco. Una tónica que se mantuvo con otros muchos condenados del GAL o por torturas. Eso se llama amnistía encubierta, oculta, antidemocrática, sin filtros reales ni transparencia. Y hablamos de asesinatos y repugnantes torturas. ¿Estaban arrepentidos? ¿Se comprometieron a no volver a hacerlo?, se preguntaba el otro día Pili Zabala, hermana de Joxi. La respuesta, querida amiga, la conocemos y sigue flotando en el viento.