No estamos para chistes, aunque alguno lo parezca. Un pueblo de Granada ha regalado en sus fiestas a los hombres una botella de licor y a las mujeres una taza con una bayeta. En un pueblo de La Rioja las mujeres están vetadas en un baile de sus principales festejos porque, según manda la sacrosanta tradición, solo pueden tomar parte del mismo, textual, “hombres vírgenes y solteros”. Dos apuntes machistas para colofón de un verano donde la estrella sin marcar gol ha sido el presidente de la Federación española de Fútbol. Claro que, vistas las argumentaciones para su defensa del personaje, Luis Rubiales es de los que quitan hierro a que ellas reciban de su pueblo una majestuosa bayeta con la que limpiar el licor bebido por ellos. Y así, como representa a aquellos que ven que plantarle un beso sin consentimiento a una mujer es algo natural como la vida misma, deberemos entender que todavía persistan en numerosas localidades elementos que deberían llevar (por lo menos) a la vergüenza a aquellos dirigentes que mantienen esas nada honrosas maneras de celebrar las fiestas. Mientras exista quien disculpe, justifique, explique o permita el machismo seguirán persistiendo tradiciones injustificables por discriminatorias y tipos como Rubiales. No vale hacerse a un lado como hacía esta semana el popular Borja Sémper cuando le preguntaban en una entrevista radiofónica por las críticas a las políticas contra la violencia de género de su socio de gobierno en Castilla y León. “No estamos de acuerdo con Vox cuando niega la violencia machista”, decía. Eso es un mal chiste. En la lucha contra esta lacra social que cada vez se cobra más vidas de mujeres no hay medias tintas. Como subrayaba el lehendakari, o se está o no se está. Porque en la ambigüedad, en lo trivial de la bayeta dejamos correr lo verdaderamente grave, el sometimiento a las mujeres por el hecho de ser mujeres.
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