Un amigo de cuyo gusto y criterio me fío me recomendó hace un año el libro Los Sota, de Eugenio Ibarzabal (Erein, 2021). Lo compré de inmediato, pero ha estado esperando su turno en una pila, más alta de lo que la prudencia aconsejaría, de libros que permanecen en casa a la espera de turno. El verano ha sido una buena ocasión para salvarlo de ese purgatorio vertical.
Es una historia de cien años de la familia Sota, centrada en tres generaciones que ilustran algunas de las grandezas y de las miserias de aquellos decenios de nuestra historia. Cuenta los pasos que llevaron a la construcción de un emporio naviero e industrial y las transformaciones sociales, demográficas, políticas y sindicales de ese momento. La historia de la familia corre paralela a la evolución política del nacionalismo vasco, así como a los movimientos culturales, la guerra civil, la represión, el exilio, la violencia de ETA y otras tantas claves contadas a través de una familia de emprendedores, empresarios y promotores políticos y culturales. El juego de simultanear lo biográfico y lo político, lo particular y lo general, funciona. A través de los éxitos y fracasos vemos personajes de todo orden, algunos de los cuales no se limitan a ver pasar la historia, sino que la construyen con sus ideas y sus acciones.
El libro comienza en el contexto del impacto aún sangrante de la abolición foral y desarrolla las claves económicas y empresariales de un entramado que mezcla, como en la mejor serie televisiva, la política y las finanzas, la ambición y el compromiso, la violencia y el desprendimiento, las lealtades, las creencias y los valores de algunos, así como las traiciones, la cobardía y las envidias de otros.
El boca a boca es uno de los medios más importantes para llegar a un libro. Otro es dejarse sorprender por lo que una buena librería ofrece a tus ojos y tus manos, como me ha pasado en la selectísima librería Garoa, de Zarautz, donde un libro breve de una editorial pequeña me esperaba. La Sabiduría del editor, de Hubert Nyseen, que cuenta su propia historia como editor de la prestigiosa editorial francesa Actes du Sud. Esta obra que se lee de una o dos sentadas nos trae la voz de un sabio de los libros que comparte sus experiencias haciéndolos, descubriendo textos y trabajando con autores, algunos de ellos tan conocidos, como Paul Auster, y otros desconocidos hasta el momento para mí, pero cuyos libros estoy ya buscando, como Nina Berberova.
Termino este comentario con el libro de poemas de mi amigo, el polígrafo de la Zurriola, Félix Maraña, titulado El bosque no es un árbol repetido, primorosamente editado por Huerga & Fierro (2023). Si usted mete en un coctel unos ecos de Blas de Otero y de Salinas, de Unamuno y de Oteiza, de los Gabrieles Aresti y Celaya, de la Gloria Fuertes más juguetona y el Karmelo C. Iribarren más lluvioso, si añade unas gotas de sabiduría que se alimenta del pasado para proyectarse en el futuro sin miedo a decirse y desdecirse, un mucho de sal de mar con denominación de origen donostiarra, cierta sombra sin miedo de la luz y la muerte, y una bonhomía agradecida a la existencia, peleona contra las injusticias y de generosidad desparrama en lecturas, proyectos culturales y amistades vividas sin mesuras limitantes, tendrá usted ingredientes potentes, pero con los que seguramente hará tan poco como yo con los que emplee Arzak para su receta más lograda. En la personalísima mano de un maestro, sin embargo, los ingredientes se convierten en obras de gracia contenida en un plato o en unos versos. Es lo que sucede con Maraña que nos regala, como si fuera una Zambrano con barba blanca, versos donde la profundidad filosófica se presenta con una ligereza de belleza delicada: tampoco el sol de tarde es sol vencido; el mar viene hacia ti sin preguntarte; el cielo es un silencio resumido...
La recomendación de un amigo, el paseo por una buena librería o los gozosos usos de la camaradería: tres medios para llegar a buenos libros.