Hubo un tiempo en el que los feriantes y titiriteros del jolgorio, se paseaban con una maravillosa bola de cristal, en la que podían leer y adivinar los futuros venideros, el signo de los tiempos y las andanzas y malaventuras de sus agitadas tropas, itinerantes de la feria y el mal andar. Su mágica bola de cristal acercaba la voluntad oculta de los sucesos venideros. El futuro se hacía presente, el devenir se cristalizaba en voluntariosos esfuerzos por dar con la verdad del tiempo presente. Algo semejante ocurre con las encuestas de opinión, las adivinanzas de las ocultas y variables intenciones de voto, que oscilan como candil de velero en medio de la tormenta. No hay Dios que acierte en ese juego enmarañado y que dibuje el mapa preciso de lo que finalmente dictará la voluntad de los votantes. La sociología se ha adueñado de las empresas que sacan suculentos beneficios con estos juegos de cocina estadística que arriesgan y no dan en la diana. Por eso, las antesalas temporales de las empresas encuestadoras se llenan de cifras, intenciones de voto, flujo de variaciones de unos resultados que difícilmente se cumplirán y la bola de cristal volverá a fallar, y unos más que otros se empeñarán en discutir la aproximación de los resultados a la amargura de los datos frustrados, pero necesarios en la obligada dinámica de la bola de cristal, que no acierta nunca. El burro encuestador tropezará otra vez en el juego de predecir el futuro que se hará valor real en la noche de las elecciones. El voto es secreto y empeñarse en adivinar los resultados es juego vano y estúpido, que solo sirve para agitar los ánimos encuestadores e invertir en trazar los rasgos de lo que casi seguro no se cumplirá. El circo de las encuestas también tiene su bola mágica de cristal.