HACE unos meses escribí en esta misma columna sobre el euskera. Mis reflexiones concluían con la pregunta “qué habrá hecho el euskera para merecerse tanto vilipendio y ataque” a cuenta de la sentencia de una jueza. Consideraba la magistrada que nuestro idioma entraña “extraordinarias dificultades” para ser aprendida y, por tanto, obligaba a la readmisión de una trabajadora del ayuntamiento de Laudio por no haber sido capaz de aprenderla para el puesto en el que se exigía un determinado perfil lingüístico.

Ello derivó en un debate político, especialmente encabezado por PP y Vox, en el que la lengua vasca –única en el mundo lo que la convierte en un tesoro– volvió a ser objeto de polémica y de ataque.

Hoy rendimos homenaje especial al euskera. Desde 1949, el calendario está marcado con esta importante efeméride celebrada por primera vez en Lapurdi, Baja Navarra y Zuberoa y en París, México, Caracas, New York, amén de otros lugares del mundo. Su carácter internacional se alcanzó en 1995.

El euskera está vivo en nuestro interior, en las miles de personas que a lo largo y ancho del planeta lo utilizamos a diario o, por lo menos, lo intentamos. Somos herederas y herederos de una lengua que hoy sabemos que ya existía en el siglo I antes de Cristo. Así quedó impreso en la Mano de Irulegi, el hallazgo arqueológico descubierto en 2021 en el precioso valle de Aranguren, en Nafarroa, y revelado hace tan solo tres semanas.

No debemos rebajar la importancia de este descubrimiento excepcional, no solo por su valor a todos los niveles, sino porque nos obliga a elevar la mirada y recolocarnos ante el ruido intencionado que solo busca situar al euskera como un elemento de discriminación y de fractura social que no existe.

El 62,4% de la población de nuestro país, un total de 1.349.808 personas, tiene algún conocimiento de euskera. Casi 162.000 personas han participado este año en Euskaraldia. Ahoa bizi-bizi, belarriak prest beti, tinko eta brinko euskara. Zorionak denoi! l