SE ha echado a rodar la pelota en los campos florecientes del petrodólar y la pasta gansa de jeques, emires y príncipes del Oriente Medio, ávidos de mostrar lujo, riqueza y derroche en lo que se denomina el mayor espectáculo del mundo. Las televisiones se emplearán a fondo en mostrar secuencias, planos y planos de los partidos que ocuparán mentes y almas de millones de aficionados y telespectadores enloquecidos por las habilidades de las estrellas del balón, rey y señor del medio más poderoso para estas habilidades de retransmitir la realidad mediática con ángulos inverosímiles y llenos de luz, color y magia televisual. De poco valdrán las acusaciones para los organizadores del evento frente a las violaciones de los derechos humanos, las desigualdades sociales de los organizadores emborrachados por sentirse el centro con ocasión de una fantasmal fiesta donde todo estará desbordado y exagerado. Tiempo para ocultar las fachadas ajadas de apariencias falsas que taparán la tristeza acumulada de hombres y mujeres cohabitando con la pobreza, la explotación y la represión sociopolítica. Tiempo de mirar para otro lado, para ponerse una pinza enganchada a la pituitaria maloliente. El cinismo, la manipulación del lujo y la riqueza servirán para que las teles se empapen de las maravillas de un medio perfecto para abanicar nuestro triste destino con la minucia de las imágenes y el color que nos abrasarán día tras día hasta la festividad de los Santos Inocentes. El gran escenario del mundo se convertirá en fabuloso césped por donde corretearán magos del balón en racha maravillosa de espectáculo y diversión. Como diría el castizo aficionado, cuestión de pelotas. l