ANTES de hincarle el diente a la Copa y encarar el clásico en el Bernabéu, no está de más darle una vuelta más al derbi del sábado pese a que uno corra el riesgo de ser tachado de masoquista. Aunque resulte casi imposible rescatar algún aspecto positivo de la actuación del Athletic o precisamente por ello, conviene resistirse a la tentación de pasar página.

Ha habido otras tardes malas, pero en esta oportunidad lo ofrecido fue tan desolador que podría afirmarse que superó la expectativa más pesimista. Empezando porque se trataba de la decimoséptima jornada y además el equipo acumula casi medio centenar de partidos con Gaizka Garitano al timón, cabía confiar en que la existencia de dicho bagaje serviría para hacer las cosas de otra forma. Al menos para no reproducir de repente una imagen que recordó demasiado a épocas de zozobra sin parecido alguno con la presente coyuntura.

Hace una semana se asumió que en el Villamarín se produjo un accidente. Una puesta en escena impropia de un equipo que sabe que sus opciones dependen básicamente de estar muy puesto al campo, se tradujo en tres goles del Betis en un visto y no visto. Lo que vino luego fue igualmente deficiente, pero el amor propio acalló los “olés” que suelen ambientar los desastres a la orilla del Guadalquivir.

Aquí sí se pasó página, todo el mundo tiene derecho a hacer un borrón y los protagonistas admitieron su culpa. En cambio, después del derbi la explicación del entrenador pretendió justificar lo injustificable, que más que el nivel de los jugadores, realmente pobre, fue el planteamiento.

Al parecer, el Athletic recibió a un enemigo intratable, poseedor de unos automatismos perfectos y dotado de recursos que le convierten en dueño de cada partido que disputa, y no nos habíamos enterado. Garitano insistió hasta la exasperación en que contra el Eibar nadie logra dar tres pases seguidos o que el Eibar te obliga a jugar un fútbol directo. Y es que en esos argumentos se apoyó para descabezar la sala de máquinas y toda la franja central del terreno, y resignarse a que el duelo discurriese por los cauces que favorecen al Eibar.

Resulta utópico ejecutar tres pases si ni se intenta ni se ponen los medios (centrocampistas) adecuados, pero tal debe ser el potencial de los hombres que pudo reunir Mendilibar para diseñar un once de circunstancias que Garitano pensó que la única manera de salir indemnes del derbi era aceptar de entrada que solo se podía jugar a pelotazo limpio. Y lo siguió pensando los noventa minutos, por mucho que la aplicación del plan fuese ruinosa, pues no tocó nada sustancial. Las dos sustituciones realizadas quizá contentasen a una grada frustrada (qué fácil es retirar a los más débiles y sacar un meritorio para que le aplaudan), pero nada corrigieron.

Seguro que los nueve equipos que han derrotado al Eibar este curso tampoco dieron tres pases seguidos y jugaron al patadón para salir de su campo.