LAS recomendaciones son el Santo Grial de la publicidad y el consumo, y nada es más recomendable que pagar hoy la mitad de lo que te pedían que pagases ayer. He ahí el arte de la seducción del comercio en tiempos como los actuales: colocar una etiqueta irresistible donde antaño reinaban los precios regidos por el sentido común. En tiempos como los actuales, donde el dinero reina por encima de cualquier otra monarquía, no hay medicina que cure lo que no cura la felicidad, atribuida, para no poca gente, al ahorro, el descuento, el chollo; ese llevarse a casa a mitad de precio algo que jamás hubieses comprado a su precio habitual.
¿Es criticable caer en algo así, entregarse a una etiqueta que haya adelgazado de un día para otro? No es tan fácil. No en vano, los precios suben por ascensor, mientras que los sueldos lo hacen por las escaleras, dicho sea en el mejor de los casos posibles porque en los últimos años esa ascensión es casi un imposible. Pura quimera.
Sin ánimo de joderles las compras del día, que sin duda les apañaran el armario para una temporada, me atrevo a lanzarles una sugerencia: es difícil encontrar en el mundo algo que el hombre no pueda hacer un poco peor y venderlo un poco más barato. Y aquellos que solo consideren el precio a la hora de llenar la cesta de la compra se volverán presas legítimas de este tipo de hombres. Lo que quiero decirles, aunque sé que ustedes no tienen poder ni influencia en estos campos, es que siempre será más barato mejorar las condiciones de los pobres para que puedan consumir más, que bajar el precio de las cosas para que las puedan consumir los pobres.
Nosotros, comunes entre los mortales, no tenemos posibilidad para cambiar ese rumbo. Por ello la palabra “rebajas” nos suena a las mil maravillas. Si digo 1.000, lo mismo puedo decir 999. Y ahí comienza la caída.