TODO se contagia, dicen, menos la hermosura. Salió Julen Arzuaga al estrado y se hizo un Rufián: insultante, zafio, agresivo, alusiones inaceptables a los nazis, soberbia... como si estuviera en Sálvame. El parlamentarismo es otra cosa. Y se montó la bronca: gritos, gestos inadmisibles y menos en una Asamblea legislativa -que si son jotas por la inicial del sindicato pero que evidentemente refieren (ay, la semiótica...) a una pistola, que si peinetas (también de EH Bildu), insultos, abandono de escaños, más gritos, provocaciones, expulsión de un parlamentario...
Al estilo Rufián, Arzuaga consiguió grandes éxitos ayer. Uno, que la bochornosa bronca ocultase lo verdaderamente importante, la aprobación de la Ley de abusos policiales. Dos, dar protagonismo a los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado empeñados en que la norma no se lleve a cabo. Tres, dar carnaza al PP -“con estos es con quien llega a acuerdos el Gobierno de Sánchez”-. Y todo, por cierto, para no votar la Ley -y el PP lo hizo en contra- que tanto desprecia y con tanto ahínco combate el “lobby infecto y asqueroso”. Antológico.
Por eso, en medio del lamentable circo, hay que resaltar que sí, que el Parlamento cumplió su papel real y se aprobó la Ley que busca reparar a las víctimas de vulneraciones de derechos humanos. Eso que los sindicatos policiales califican de “salvajada” y que suena a reivindicación de la impunidad.
Las víctimas habrán llorado ayer. Y muchos, como el que suscribe, con ellas.