ADMITO pudor por escribir del 8-M y de principios de la convivencia en democracia como la libertad de expresión, el derecho de asociación, el uso del espacio público para la reivindicación y el derecho de huelga. Todo eso debe seguir fuera de duda y someterlo a ella debilita la calidad de una democracia. Desde aquí, mi alineamiento sin complejos con el derecho a proceder a una huelga para intentar un salto cualitativo en el empoderamiento de la mujer. Y a no secundarla, también. No; mi duda tiene más que ver con la necesidad de enfocar. Porque me he perdido entre el rechazo al colonialismo, al TAV, pedir la vuelta de los presos... y otra serie de demandas, muy legítimas todas ellas, pero que restan contundencia a lo fundamental desde la perspectiva de género. Preferiría poner en valor los consensos sociales que ya compartimos. Los que tienen que ver con los derechos individuales y colectivos. El derecho a no andar con miedo; a ejercer la maternidad o a renunciar a ella; a la orientación sexual propia sin cuestionar la ajena; a la suficiencia económica según las capacidades de cada cual y reforzando el compromiso de solidaridad con los eslabones más débiles de la sociedad. A ser consecuentes con cada una de esas elecciones sin tener que rendir cuentas por ello a nadie; a que las niñas de hoy y de mañana puedan elegir ser astronautas o princesas -o príncipes- y serlo sin techos de cristal ni brechas salariales; sin que se les imponga una estética de feminidad trasnochada ni una sustitutiva vanguardista. Quizá así, cuando las mujeres os sintáis realmente libres, aprendamos muchos hombres a seguir vuestro camino y salir también de nuestras propias jaulas doradas.
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