LA nueva política resulta tan superficial que acaba reproduciendo los mismos principios que la más vieja. Pongamos como ejemplo las estrategias de esta nueva derecha. Lo suyo busca un grado de superficialidad suficiente para que los hechos se sometan a las sensaciones, remando siempre a favor de corriente de la opinión pública y subiéndose a la ola de los sentimientos más primarios en lugar de canalizarlos hacia fórmulas de convivencia, que es lo que define la evolución de las sociedades. Cuando ese proceso termina, cuando se considera que la estabilidad está madura y la inestabilidad es el modo de transformar las cosas, se entrega uno a principios revolucionarios: el fin presuntamente noble justifica los medios más innobles y cuanto peor se consiga percibir la realidad, mejor para provocar un cambio en ella. Curiosamente, esa manipulación del entorno es uno de los clásicos reproches con los que en el siglo pasado se fustigaba a las izquierdas. Hoy, los discursos de Vox, de Ciudadanos y del Partido Popular cuentan con la inestimable colaboración de sus afines ideológicos en determinados medios que alimentan la percepción del apocalipsis para justificar que una pérdida de derechos, libertades y tolerancias sea bienvenida por el bien común. Se magnifican los sucesos, se hace categoría de los más escabrosos y se trata de transmitir la duda permanente en los modelos de gestión cuando los ejercen otros. Así, desmontar los modelos de garantías son un precio pequeño para asegurar la tranquilidad de la ciudadanía de buena fe. Esta involución es una revolución al fin y al cabo porque busca la convulsión. Atentos.
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