LO prometió Trump, lo exigen los talibán, lo anhelan las tropas expedicionarias y lo esperan los altos mandos pakistaníes (en su día, promotores de los talibán como herramienta suya en el país vecino): la paz de Afganistán sin tropas extranjeras. Y a pesar de que es la voluntad de todo el mundo, la pacificación de esa nación asiática sigue siendo una quimera.
Eso se ha visto recientemente en las conversaciones estadounidenses con los dirigentes guerrilleros. El esbozo de un acuerdo de paz está preacordado, con la retirada de las tropas norteamericanas y de sus aliados y la promesa talibán de que ninguna organización terrorista tendrá su sede en Afganistán. Como puede verse, se trata de un intercambio de intenciones; de realidades, nada de nada. Y esto que ahora el negociador occidental es un ciudadano estadounidense oriundo él mismo del Afganistán -Zalmay Jalilzads - y que gozó de prestigio entre los talibán. Porque ni estos pueden garantizar que en sus tierras no se asentará un nuevo Bin Laden - eso, más bien lo podrían garantizar Arabia Saudí y Pakistán-, ni los EE.UU. pueden retirarse sin más seguridades que unas promesas condicionadas.
Se podría alegar que por alguna parte hay que empezar. Además hoy en día la realidad es que los señores de la guerra afganos son más fuertes y están mejor financiados que en el 2001 (año del atentado de Bin Laden contra las torres gemelas de Nueva York, acción que determinó la intervención masiva militar estadounidense en Afganistán), en tanto que los países occidentales están más que hartos de una lucha que no solo es una sangría humana y económica sin fin, sino que además carece de probabilidades de éxito.
Lo que no se dice -y es el núcleo del conflicto- es que se está tratando de gestar un acuerdo de paz en Afganistán sin Afganistán. Porque política, económica y socialmente Afganistán no es un país, sino un mosaico de tribus embutidas en una frontera que no separa a nadie de nadie. Sin olvidar que el Gobierno afgano no es más que otro señor de la guerra; pero este, sin tribu, y en cambio, mantenido en vida por la ayuda estadounidense.
Si no se halla una fórmula de coexistencia relativamente pacífica para todas las etnias y tribus afganas, cualquier tratado de paz no valdrá ni el precio del papel en que se firme. Y que se sepa, desde la sublevación contra la presencia militar soviética en Afganistán nadie ha tratado en absoluto de concebir una propuesta viable para ello.
Posiblemente, porque no existe.