QUE la fuerza te acompañe, Bilbao de los rodajes! El cine, que nos dejó para la eternidad aquella fabulosa sentencia -“nadie es perfecto”, ¿se acuerdan...?- busca, no ya la perfección, sino particulares rasgos de carácter, una fisonomía singular, ese hilo invisible que puede ser el principio de una hermosa amistad entre el séptimo arte y una ciudad que da bien, muy bien, en pantalla.
De la mano de Harry Callahan (El Sucio, para los neófitos en la saga...) puede pronunciarse un “¡Alégrame el día!”, antes de despertarse a este mundo de las artes encantados con el olor del napalm por la mañana. Todo sucederá cuando el cine le haga una oferta a Bilbao (¡o viceversa...?) que no podrán rechazar ninguno de los dos. Salen ganando ambos.
“¿Me estás hablando a mí?”, puede preguntarse el lector imitando la voz de Travis Bickle, el protagonista de Taxi driver. No siempre será fácil, claro que no. A Margo Channing, aquella famosa estrella de teatro que ha cumplido ya 40 años en la piel de Bette Davis le pido consejo y su “abróchense los cinturones. Esta noche habrá turbulencias” de Eva al desnudo retumba en mis oídos.
Mirándose a los ojos, Bilbao y el cine, que ya han flirteado cientos de veces, se aproximan a una historia de amor morrocotuda. Habrá, cómo no ha de haberlos, dimes y diretes y algún que otro contratiempo, pero amar significa no tener que decir nunca lo siento (perdón, se me fue Love story a las yemas de los dedos...) y como bien lo intuyó Dorothy, la niña de El mago de Oz, “se está mejor en casa que en ningún sitio”. Y Bilbao es una de las casas del cine, tiene que serlo. ¿Acaso no ha sido capaz de cambiar su fisonomía mil y una veces? ¿Acaso no es esa, la camaleónica de cambiar de rostro, una virtud intrínseca de la actuación, no está en el tuétano del propio cine? ¡Elemental, queridos y queridas!