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A guardar la ropa

Sánchez alargará su mandato por temor al ‘efecto Andalucía’ del soberanismo catalán y los partidos de la moción de censura

HASTA que se rebaje el efecto suflé de Vox -y va a costar-, Pedro Sánchez jugará con el viento a su favor. La derechización institucional, que no social ni política, de Andalucía alienta con fuerza las expectativas de alargar hasta el límite las próximas elecciones generales. El independentismo catalán y los partidos que secundaron la caída de Mariano Rajoy caminan sofocados porque son incapaces de sacudirse el miedo que les acecha. Ha bastado que Pablo Casado y Santiago Abascal reencarnaran sus esencias ideológicas desde el oportunismo y el sometimiento para que el tablero político se sintiera sacudido por una onda expansiva de incalculables consecuencias. Tampoco habría que descartar, no obstante, un paulatino desfallecimiento de la derecha extrema cuando compruebe resignada la numantina resistencia de una Administración filosocialista que le vaya desbaratando sus irrefrenables ansias revanchistas. Cuatro décadas atrincherados en los mismos usos y costumbres no se cambian en cuatro días.

Moreno Bonilla sustituirá la próxima semana a Susana Díaz, pero no tiene garantizado que gobernará Andalucía. El nuevo presidente debe sentirse extraño ante las exigencias de calado de Vox, más allá del folclorismo de los toros, la Semana Santa y la caza. El candidato del PP andaluz que peores resultados ha encajado no está en esa deriva derechizada que propugna Casado como alternativa para recubrir de cuota de poder su mandato, pero sabe sonreír mejor que nadie. Tampoco les convence a Alfonso Alonso, Núñez Feijóo o Ana Pastor, temerosos de que semejante ensimismamiento con el irritante decálogo de Vox acabe por diluir progresivamente la esencia del PP, empezando por las próximas elecciones de mayo. Pero en la inmediata convención del partido nadie levantará la mano para protestar. Otra cosa es que en este cónclave se notarán las ausencias de los cabreados por el dedazo de Génova en la designación gota a gota de candidatos locales y autonómicos a puro golpe de sondeo. Los elegidos son, ante todo, sumisos pero no todos garantizan la solvencia. En Cantabria, Ruth Beitia ha equiparado el maltrato animal al de género porque, al parecer, estaba nerviosa esta atleta incapaz de levantar la vista del papel escrito durante su presentación. Hasta llegar a Madrid donde cobra mucha más importancia la sorprendente apuesta por el verbo afilado y bronquista de Isabel Díaz Ayuso que la defenestración del cospedalista y paniaguado Ángel Garrido. La batalla en esta comunidad será desgarradora.

No sería descabellado que la droga dura que asoma en Madrid obligue a Ciudadanos a buscar una réplica mientras trata de escabullirse del espectáculo de sus compañeros de viaje. La desaforada sobreactuación de Vox contra la igualdad social para luego aborrecer de sus exigencias en apenas 24 horas ensombrece la catadura moral y solvencia política del pacto entre derechistas, que les retrata. Consciente de semejante trascendencia, Albert Rivera siente las alas cortadas en su ufano propósito de pasearse por Europa durante la campaña de mayo porque asume que le afearán su cohabitación torpemente escondida con la ultraderecha. Ahora bien, de ahí a echar un jarro de agua fría al acuerdo de sus compañeros de investidura va un trecho difícil de explicar. En esencia, todo se reduce a que C’s quiere pavonearse de haber contribuido al desahucio socialista en San Telmo sin dejarse en el empeño un pelo en la gatera, como si estuviera de oyente cuando se habla de mano dura a la inmigración, a las denuncias de agresiones sexuales y a vituperar la memoria histórica.

En Catalunya no dejan de mirar a Andalucía. Carles Puigdemont lo hace con las luces largas porque ya ha comprobado que Quim Torra solo usa las cortas desde su acotado espíritu activista. Por eso, el independentismo ha dado una patada hacia adelante al balón de oxígeno de Pedro Sánchez con los Presupuestos justo ahora que su debate en el Congreso empezará a coincidir con el juicio a los líderes del procés.

La decisión no es fácil porque encarna la suficiente enjundia para ahondar el boquete abierto entre las distintas sensibilidades independentistas que asisten desconcertadas al inmovilismo de su suerte. Una hipotética caída del Gobierno socialista mediante una cita anticipada a las urnas atemoriza a cuantos, entre ellos ERC y PDeCAT, se conjuraron para echar al PP del poder por corrupto porque saben que la ambición de la derecha está en condiciones de repetir la jugada allá donde pueda. Mantener la exigencia, pero sin arriesgar. Nadar y guardar la ropa.