Con nada en juego, salvo el orgullo y el prurito profesional, que no es poco, el colegiado andaluz Fernández Borbalán tuvo la potestad de elegir el escenario para arbitrar su último partido, y solicitó oficiar su despedida en la catedral de San Mamés. Borbalán, almeriense, de carácter, catorce temporadas en Primera, además le han escrito un libro biográfico con el título Papá, quiero ser árbitro cuya recaudación será íntegramente destinada a la Fundación Aladina, que presta su apoyo a niños y adolescentes enfermos de cáncer. En él, Borbalán cuenta curiosidades del críptico mundillo arbitral. Por ejemplo describe cómo le intentaron sobornar a base de jamones o que tuvo un padre peculiar, pues de niño le prohibió ser futbolista, pero no árbitro. Lo que le tienen que pitar los oídos, y nunca mejor dicho, a este buen hombre.
Lo cierto es que para no enturbiar tan buen rollo los muchachos se pusieron en faena, portándose de manera ejemplar, lo cual dice mucho de su talante. Resulta que el Athletic tardó 53 minutos en cometer su primera falta, de Yeray sobre Gerard Moreno, un mínimo contacto y en terreno del Espanyol. Al término del encuentro tan solo realizaron cuatro faltas, el fiel reflejo de un partido sin alma.
Me asalta una inquietante duda. ¿Los chicos se portaron con esta versallesca predisposición para no complicarle la vida a Borbalán en día tan señalado ya que, total...? ¿O llegaron a San Mamés con la indolencia ya metida en el cuerpo?
Como es natural, José Ángel Ziganda en ningún momento impartió órdenes al respecto. No les exhortó a que nadie dijera ni un mecachis para no importunar al árbitro andaluz, y mucho menos que no fueran competitivos y agresivos hasta el límite del reglamento si hiciera falta, por muy cabreado que acabara Borbalán, aunque fuera por un mínimo sentido de la vergüenza.
Ziganda seguramente tiene gran culpa a la hora de explicar la deriva del equipo rojiblanco pero del lamentable partido, como de tantos otros, la culpa es de los jugadores, que así pusieron colofón a la segunda peor temporada en toda la historia del club bilbaino, y eso es mucho decir. Y también es mucho decir, pero ahí quedará para la historia por los siglos de los siglos, que en el otro torneo fetiche, como es la Copa, el Athletic fue eliminado por el Formentera, que hace una semana confirmó su descenso a tercera división.
A modo de ilustración sobre su errática trayectoria, Ziganda rescató del olvido y puso en la alineación titular a Mikel Vesga, aquel centrocampista que parecía la piedra angular de su proyecto a comienzos de la temporada. Algo bueno verán sin embargo en el jugador alavés, pues la directiva le ha premiado con la renovación. Como a todos los demás, tiene guasa, salvo a Saborit, de momento, y a Kike Sola, que afrontó la última jornada de su fantasmal carrera en el Athletic con problemas físicos, hurtándonos la remota posibilidad comprobar que realmente existe. De lo malo, el delantero navarro se va indemne, echo un pincel y sin el desgaste de la alta competición, que siempre deja huella, pues para nada se ha visto involucrado en la catástrofe.
Ya lo dijo Ziganda. Salvo Kepa Arrizabalaga, Unai Núñez e Iñigo Córdoba, del desastre no se salva ni la caridad. Quisiera añadir a la lista a Iñigo Martínez, muy correcto en todos los partidos que ha disputado; y a Iker Muniain, la gran esperanza para liderar el futuro proyecto bajo la dirección, parece, del argentino Eduardo Berizzo.
Cuando se llega a situaciones así siempre queda el consuelo fatuo. Imaginar que la próxima campaña peor no puede ser. Que todo esto es susceptible de mejora.
Dicho lo cual, lamento sinceramente que su singladura en el Athletic termine así de canalla para José Ángel Ziganda, una buena persona, capaz de reconocer su fracaso personal sin ponerle paños calientes.
Y eso que la gerencia del Athletic se las prometía felices para echar el telón con un guiño cómplice: sesión doble con el Bilbao Athletic, como en los cines de antaño. El presente decadente, pero también la nueva sabia emergiendo, el relevo generacional asegurado. Hay tardes que... Mejor lo dejamos ahí.