las cartas están servidas para que la que puede y debe ser última mano de una partida de póquer que lleva jugándose desde hace varios años en las aguas de la desembocadura del Nervión. El ambiente que se respira está descarnado por el dramatismo y la desigualdad. Una partida tan dramática por lo que está en juego, como desigual a la vista de quienes se sientan alrededor de la mesa: no menos de cinco jugadores colocaron inicialmente sus fichas sobre el tapete verde. Uno de ellos ya no tiene fondos para apostar. Otros dos han decidido no ir al último envite. Por tanto, sólo dos jugadores permanecen activos. Sólo estos dos tienen algo que decir.

Me los imagino sentados frente a frente. Son agresivos, astutos y pacientes porque tienen la experiencia suficiente para especular el uno sobre lo que piensa el otro y viceversa, pero poniendo al mismo tiempo cara de no importarles mucho lo que va en el envite. El resto de los jugadores en discordia permanecen expectantes, dos de ellos esperan el momento oportuno para abandonar la mesa, mientras que el quinto, siendo el que más apuesta, permanece en silencio y apenas puede hacer otra cosa que no sea mostrar el coraje de poner en juego su futuro, sabiendo que la decisión de los primeros puede expulsarle.

Son bien conocidos los protagonistas de esta partida de póquer, pero no está de más recordarlos ahora. Ese quinto y agobiado jugador es la Naval de Sestao; una empresa erosionada por la competencia brutal y por una nefasta gestión que la ha conducido al concurso de acreedores. Los otros dos jugadores expectantes son los socios mayoritarios de La Naval: Ingeteam y Astilleros Murueta, que, según las opiniones más críticas, han actuado con el doble juego de accionistas y proveedores. Por último, están los importantes y decisivos. Los que aún tienen cartas y fondos para seguir jugando: Por un lado, el pool bancario -Santander, Caixa Bank, Kutxabank, Caja Rural de Navarra, Sabadell y Bankia- que ha financiado hasta la fecha la construcción de la draga de succión Vox Alexia. Al otro lado de la mesa está el armador holandés Van Oord.

EL ÚLTIMO ENVITE A estas alturas de la partida, todo queda reducido al último envite lanzado por los bancos y el armador. Los primeros aseguran estar dispuestos a sacar el proyecto adelante y han presentado una propuesta de refinanciación. Pero han quedado descolocados por la decisión del armador holandés al rechazar la oferta y cancelar la construcción de la draga, el único buque que permanecía en las gradas del astillero, lo que significa hacer efectivos los avales por valor de 42 millones de euros.

En este postrero tira y afloja, los bancos ponen cara de querer seguir adelante, especialmente las entidades con presencia e intereses en el País Vasco, pero saben que la draga se les pudre entre las manos si tienen que quedarse con ella. Es una carta que no encaja en la banca. Por su parte, Van Oord pone cara de que no quiere comprar la draga, pero la desea, porque es la única carta que le falta -junto a la gemela Vox Amalia que se termina de construir en el astillero de Astander- para componer la escalera de color que le llevará al olimpo del negocio redondo: Comprar a la baja.

Hasta aquí, los planteamientos de la crisis actual que, previsiblemente, se resolverá mañana martes. Sin embargo, en el fondo, la partida de póker no es sino la consecuencia lógica de una gestión empresarial que ha llevado a La Naval a no poder cumplir con sus compromisos a la hora de terminar ambas dragas. Lo que ha pasado hasta la fecha y lo que puede ocurrir en breve plazo (quiebra empresarial y pérdida de cientos de puestos de trabajo directos e indirectos) debería servir de lección.

Probablemente no, pero no estaría de más que tanto la empresa como los principales socios hicieran un cierto examen de conciencia público y, más allá de explicaciones interesadas, innecesarias por otra parte, que explicaran sus argumentos para llevar a la empresa a la situación que vive. Posiblemente sea una petición utópica, pero debiera ser asumida por los propios trabajadores, que serán los grandes damnificados si se cierra, en vez de poner en foco de sus críticas en la actuación de los bancos, el armador o la Administración pública.

Después de todo, una empresa histórica y emblemática puede desaparecer.