Las calles se han llenado de mujeres y hombres que han roto las cadenas del miedo para denunciar la gran estafa de las pensiones y reivindicar su poder adquisitivo. Sí. Estafa, pillaje, fraude, sablazo o chantaje. Pongan ustedes el calificativo que deseen para definir un sistema público, trufado de mitos, engaños y declaraciones tan altisonantes como vacías. Un sistema marcado por miopes objetivos cortoplacistas y electoralistas, siempre favorables a la clase política, sus adláteres y los grupos de presión, nunca al servicio del ciudadano. Un sistema utilizado y manipulado mediáticamente como la gota malaya que anuncia, un día sí y otro también, la insostenibilidad financiera del mismo para crear ese clima de temor que anula voluntades y las somete al servilismo.
Pues bien, esa imagen fija de una ciudadanía arrobada y sumisa por la crisis económica ha quedado rota por quienes han puesto pie en pared para reivindicar sus derechos en una sociedad de consumo. Las jubiladas y los jubilados han dicho basta. Durante los últimos diez años han sido coherentes con la crisis, responsables con el gasto y solidarios con sus hijos más necesitados. Ahora, cuando crece la economía y los beneficios empresariales, exigen recuperar el poder adquisitivo y un futuro justo para sus pensiones, así como para las de sus hijos y nietos.
Pero?, ¿se puede planificar el mañana sin analizar el ayer? ¿Se puede afrontar los problemas de hoy sin analizar las causas que los originaron? No es momento de seguir incidiendo en los calificativos que merece este sistema de pensiones. Simplemente pongamos el foco en cómo ha sido utilizado a lo largo de las últimas cuatro décadas, las mismas que acotan el proceso democrático, y veremos cómo nos vienen a la cabeza muchos epítetos.
ENVEJECIMIENTO He aquí uno de los argumentos más utilizados. La sociedad envejece y genera mayores gastos que ponen en riesgo las pensiones. Claro que esto se sabe desde hace décadas, concretamente desde que a final de los 80 se constató el descenso en la natalidad y su consiguiente envejecimiento tres o cuatro décadas después. Es decir, ahora. Entonces, cabe preguntar: si se sabía?, ¿por qué no se tomaron medidas? Sencillo y cruel al mismo tiempo: Porque eran tiempos de esperanza democrática y sueños de libertad para la sociedad.
Tiempos y sueños condimentados por quienes, aspirando al poder, no querían poner en peligro su futuro político y sindical. Miraron para otro lado. Se pusieron de perfil antes de reconocer públicamente que el sistema de pensiones descansaba sobre la fragilidad del envejecimiento. Sabían que en un futuro habría menos cotizantes para financiar más pensiones. Era una bomba devastadora, pero era de relojería y restaba 30 o 40 años para que explotara, mientras que la enorme recaudación de aquellos tiempos era una tentación irresistible.
‘CARPE DIEM’ Según su particular y partidista visión, treinta y cinco años eran un lapso de tiempo considerablemente largo. Una eternidad. Así que, enardecidos por el cortoplacismo, se dedicaron a generar déficits en lugar de superávits. ¿Para qué guardar los recursos de una etapa de abundancia si podían utilizarlos en favorecer a los amigos y comprar voluntades y votos? Partidos y sindicatos que hoy apoyan las manifestaciones de pensionistas permitieron, por ejemplo, que se concedieran miles de jubilaciones anticipadas con 55 años, incluso menos, a favor de sectores y empresas muy influyentes. Hicieron el suyo el adagio latino acuñado por el poeta Horacio: Carpe diem, quam minimum credula postero (Aprovecha el día, no confíes en el mañana).
Pero no nos equivoquemos, el poeta romano también quería decir que aprovechar el día significaba no malgastarlo y esos partidos y sindicatos malgastaron el futuro de esa marea humana de jubiladas y jubilados a la que ahora apoyan exigiendo al Gobierno de Rajoy que revalorice las pensiones. Son los mismos, aunque con otros collares, que hace 40 años miraron para otro lado. Esta semana, concretamente el miércoles, escenificarán en la comisión del Pacto de Toledo, su absoluta oposición al 0,25% de subida de las pensiones y de la derogación del factor de sostenibilidad que entrará en vigor el próximo 1 de enero.
Pero estamos ante un diálogo de sordos. Discutirán con gritos y descalificaciones (como el pasado jueves), pero la sangre no llegará al rio, ni habrá soluciones para la gran estafa.
Simplemente carpe diem.