los actuales estertores del Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) pueden parecer una crisis de poder; una crisis generalizada -en la dirección y así mismo entre esta y la base-, pero una crisis más. En realidad es algo mucho más grave : es la angustia de un partido idealista que ha perdido los ideales. Alemania ha tenido siempre una querencia irresistible hacia el idealismo -sea en filosofía, literatura o política-, compensada de cuando en cuando con la aparición de grandes personalidades que han traído de nuevo los sueños a la dura y poco brillante realidad. En el caso de los socialistas germanos, estos supieron aunar en los comienzos de la vida democrática del país los sueños idealistas con el pragmatismo de la lucha de clases y el quehacer parlamentario.

Tras la Segunda Guerra Mundial, el llamado milagro alemán -el arrollador resurgir económico de la República Federal- llevó al SPD a rozar la consecución de los ensueños idealistas. Como había dinero en abundancia para todo y parecía que lo habría ya siempre, el partido -que ya se había desdicho del marxismo- se encomendó a Willy Brandt, quien decía sí a todos los presupuestos y a todos los programas idílicos, desde los realistas como “la apertura al Este” hasta los más quiméricos.

Demagógicamente, el mandato de Willy Brandt fue una bendición para el partido, que creció nacionalmente en militancia e internacionalmente en prestigio. Desde un punto de vista nacional esa política del sí a todas las quimeras amenazaba la economía nacional y la política internacional del bloque atlántico. Y el mismo SPD, dio un golpe de timón realista y escenificó una crisis gubernamental que culminó con la dimisión de Brandt de la cancillería federal.

Esa crisis salvó el bienestar germano y el frente anticomunista de la época, pero el SPD quedó gravemente herido. Desde aquella crisis no han cejado las confrontaciones entre una militancia quimerista y una -apoyada casi siempre por la directiva- realista. Era la herencia envenenada que dejó el pasó de Willy Brandt por la jefatura del partido y del país.

A esa crisis, ya muy grave de por si, se ha sumado una general de los grandes partidos políticos democráticos de todo el mundo que aún no han recuperado su conexión con la sociedad actual. En cada Estado de derecho se plantea una crisis similar, pero sólo en Alemania uno de los otrora grandes partidos tiene que luchar en el presente y en el pasado. El SPD trata, como los demás partidos democráticos, de empalmar de nuevo con la realidad social; pero además sigue arrastrando la aureola del idealismo a ultranza que representó Brandt. Y esto explica que a las últimas elecciones generales fuera de la mano de Martin Schulz, un antiguo librero que hace política con más labia que maña, para intentar recaptar las ilusiones y los votos de los románticos.

El intento fracasó estrepitosamente y, hoy por hoy, con la herencia de Brandt y el desengaño de Schulz, el SPD se las ve y se las desea para recoger como mucho los añicos de la gloria de otrora.