A los quince minutos, cuando Markel Susaeta transformó en gol un fantástico pase de Aritz Aduriz llegué a la siguiente conclusión: pero qué importante es el factor anímico en un equipo de fútbol. Entendí claramente que la victoria frente al Hertha Berlín había liberado las mentes de los jugadores. Aventaron sus miedos remontando un partido áspero, constataron que están muy vivos en la competición europea y acabaron congraciados con la afición. La sensación de alivio debió ser grande y con aquellos efluvios vigorizantes regaron el césped de Riazor. Los chicos de Ziganda jugaban con ganas, ambición, fuerza, sentido y hasta calidad en el juego. Definitivamente, este Athletic sí que transmitía ese “cosquilleo” que aventuró el técnico navarro en los prolegómenos de la competición instantes antes de estrellarse de bruces contra la cruda realidad.

Pasada la media hora, en cuanto Adrián López anotó el primer empate para el Deportivo tras un desajuste defensivo, llegué a la siguiente conclusión: hay que ver lo poco dura la alegría en la casa del pobre. De efluvios vigorizantes nada de nada. Puro espejismo. La misma atonía de siempre y esa exasperante relajación, el conformismo súbito, como si un arreón de veinte minutos y un gol cazado al vuelo fueran suficientes para definir el partido y alterar la mustia realidad.

Pero mediada la segunda parte llegué a la siguiente conclusión: hombre de poca fe. Aquí hay argumentos y material para la regeneración futbolística y con Iñaki Williams a modo de paradigmática constatación. Otro gol, el segundo en cuatro días que anota y otra vez puede ser definitorio. El chico, que vuelve a convertirse en la gran esperanza...

Apenas había remendado la visión de la jugada anterior cuando llegué a la siguiente conclusión tras el segundo gol en contra y las circunstancias en las que se produjo: es la insoportable levedad del Athletic, me dije, y menos mal que en el suspiro final Juanfran no concretó una magnífica ocasión de arrimar la victoria para el lado coruñés.

Terminado el encuentro con un empate insulso y constatado que el Athletic ha encadenado cinco jornadas sin ganar en la liga y solo se ha impuesto a domicilio en su primera salida de la temporada, en Eibar, cuando todavía pintaba verano, he llegado a la siguiente conclusión: no te puedes fiar de un equipo que amaga y no da, el portero inicia las jugadas al patadón porque no se fía de la creación del colectivo (o así lo ha ordenado el entrenador) y en lo único que está siendo tremendamente regular es en su vulgaridad, con unos cuantos destellos de calidad que sin embargo dejan intuir otro potencial, y con su voluntarismo, que es el mínimo indispensable en un equipo profesional.

Finalmente, y dejado atrás el carrusel de sensaciones tan confusas como encontradas, he llegado a la siguiente conclusión, aunque con el ánimo predispuesto a llegar pronto a otra conclusión: el Deportivo, y no hay otra a estas alturas de la temporada, es el espejo. Un rival directo del Athletic para solazarse en el limbo de la clasificación constatado que Alavés, Las Palmas y Málaga, los tres últimos clasificados, perseveran con fruición en el error. O sea, que ni peligra el descenso ni se intuye gloria mayor, desgraciadamente.

Pero asoma el Real Madrid en puertas y otra magnífica oportunidad para que el Athletic se pueda dar otro chute de adrenalina con un resultado de los que dejan huella, alienta al personal y transforma el sentido de las cosas.

A la espera de acontecimientos, sorprende que el entrenador tan solo hiciera un cambio y por necesidad, con la lesión del reaparecido De Marcos, cuando estaba tan cercano el derroche físico frente al equipo alemán. Por fin, Ziganda ha dado su brazo a torcer (la realidad es tozuda) y ha descartado a San José, como antes hizo con Vesga. Al parecer ya confía en Rico, insigne postergado, como también lo fueron Iturraspe o Susaeta. Aunque rectificar es de sabios, conviene que siempre tenga listo a Raúl García, aunque no ofrezca su mejor versión. Saliendo del banquillo, una picardía suya preludió la victoria ante el Hertha. Y ayer, su ingenioso pase a Williams evitó otra derrota.