Por su magnitud, la deriva del Estado está llegando a situaciones nunca vistas.

Perseguir por todos los medios el empeño de expresarse del pueblo catalán, el anhelo que tienen por mostrarse como sociedad y pueblo; perseguir a representantes legítimos elegidos por la ciudadanía; despreciar a las instituciones propias de la sociedad catalana; enviar a miles y miles de policías con el fin de abortar y/o minimizar, en la medida de lo posible, la movilización convocada para este domingo, etc., muestra un escenario desconocido en Europa, impropio de estados que se consideran democráticos. No se pueden ningunear, acallar y perseguir reivindicaciones planteadas en términos pacíficos y democráticos. ¡No en pleno siglo XXI!

La consulta convocada este domingo es la consecuencia de la estrategia llevada a cabo por un Estado que no quiere escuchar, que entiende que las nacionalidades históricas tienen que permanecer, a la fuerza, en su seno, independientemente de lo que opinen las personas. ¿El problema es la consulta o la respuesta que pueda dar la ciudadanía en caso de ser consultada?

El principal escollo es que el Estado, y las principales fuerzas que lo sustentan, dan por perdida una consulta de este tipo, antes incluso de poder celebrarse. Son incapaces de hacer una oferta política que admita, que se sustente en el reconocimiento del hecho diferencial y en la configuración plurinacional del Estado español. No tienen nada que ofrecer, por lo que muchos catalanes han llegado a la convicción de que dentro de este Estado no tienen nada que ganar.

Hablan de los nacionalistas vascos y catalanes con desdén aquellos que tienen un nacionalismo aún más exacerbado, anclado en siglos de historia decadente. Aquellos que consideran que su causa, su soberanía impuesta, su lengua y su cultura están por encima y son valores a preservar. Y hacen llamamientos para que los demás desistan, para que cesen en su empeño, utilizando, cuando les es necesario, no la fuerza de la razón, sino la razón de la fuerza. ¡Toda la que está a su alcance!

Hacen llamamientos al diálogo, un diálogo maniatado, que nace muerto, aquellos que durante años no han dado ningún paso por reconocer al otro. Hablan del cumplimiento de la Ley aquellos que la han tergiversado e interpretado de manera sesgada, aquellos que la han incumplido de manera manifiesta, sin que los jueces hayan movido un dedo, sin que algunos intelectuales serviles, tan dados a manifestarse en otras ocasiones, hayan levantado su voz.

Algunos no buscan una solución. Una salida democrática, justa y acordada, que reconozca al otro y que no insista en jugar con las cartas marcadas, como ha sucedido hasta ahora. El 1 de octubre pasará, y el 2 de octubre seguirán los problemas, aquellos que tienen su origen en la visión uniformadora que atenaza el futuro del Estado español.