LA marihuana causa amnesia... y otras cosas que no recuerdo”, dijo Woody Allen, un cineasta de lúcida clarividencia a quien rara vez se le tacha de ido o tonto perdido, una de las secuelas atribuidas a la yerba, a la gañja que sale de la tierra, lo que según afirmaba Bob Marley, era “la viva prueba de que no puede ser mala”. No será desde este balcón desde el que se grite un ¡Viva Zapata! en defensa de su libre consumo (hay medidas: tampoco gritaría viva el vino a partir de una botella para dos...) ni tampoco sonarán las sirenas que avisen a la ley de la presencia de brotes de malas hierbas.
De cuantos conozco los peores de sus efectos son el narcotráfico y el consumo abusivo, descontrolado que, ese sí, te idiotiza por completo. Sé que la comunidad científica pondrá el grito en el cielo dicho esto. Tal vez con toda la razón. Pero también he escuchado en las consultas quejas furibundas por comerse un bogavante o una tableta de chocolate enteros. Y he visto a la propia medicina que demoniza usarla en según qué casos, así que habrá que hacer cálculos: hasta dónde sí y hasta dónde no. Parece lo más sensato.
La curiosidad, acentuada por el par de tibias y una calavera de la prohibición, es una de las primeras puertas de entrada a según qué edades. Ahí sería bueno fijar la mirada: ¿no será que muchos jóvenes se sumergen en ese mundo por ver si es mejor que el que le ofrecemos? ¿No es cierto que las drogas de mayor consumo son, hoy por hoy, las drogas de la productividad? ¿Las que enmascaran el cansancio y el miedo, las que mienten omnipotencia, las que ayudan a rendir mas y a ganar mas? ¿No se puede leer, en eso, un signo de los tiempos?, se preguntaba Eduardo Galeano.
La marihuana no es un juego. Eso ha de quedar claro desde un principio. Hay sesudos estudios científicos que demuestran que un consumo abusivo de ella afecta al organismo humano, a las neuronas. Pero tampoco parece sensato considerarla una cadena perpetua. Ahora, cuando acaba de saberse que las facilidades para su cultivo incrementa el crecimiento de las plantaciones ilegales (ejercen de manantiales que abastecen el contaminado río del narcotráfico...) y los efectos narcóticos a través de la selección genética que se realiza, sería bueno definir la frontera. ¿Cuál sería esa?, es la pregunta del millón de dólares. ¡Quién sabe!
Ocurre, eso sí, que no pocos consumidores ocasionales, capaces de controlar a la vieja yerba que ya se usaba en tiempos inmemoriales, abogan por la legalización como si esa fuese la panacea. Ya sé que los primeros discrepantes son los narcotraficantes, pero tiene que haber un punto intermedio porque la droga hace presa, sobre todo, en los inciertos y curiosos años de la juventud. En pos de ese equilibrio, la ley tiene ante sí un desafío complejo. Quienes tienen el mandato de aplicarla son testigos, no pocas veces, que esa es, en ocasiones, la triste puerta de entrada a negros mundos.