LA escena, si no fuese trágica, sería cómica. El episodio es rocambolesco, propio de un gag de Pepe Gotera y Otilio: un hombre de mirada sucia se encarama en el doble techo de un vestuario femenino para grabar a las mujeres deportistas mientras se duchan y este cede a su peso y cae. Lástima que no se descalabrase aquel día porque el tipo siguió con su estampa de espía bufo hasta que la Ertzaintza acaba de dar con sus huesos. Se le van a quitar las ganas de mirar por una buena temporada.

Cada vez que aparecen en las páginas de sucesos asuntos escabrosos como este recuerdo la moraleja de Barba Azul, aquel truculento cuento escrito por Charles Perrault que se remataba en verso de la siguiente manera: “De lo dicho se deduce,/si el cuento sabes leer,/que al curioso los disgustos/suelen venirle a granel./La curiosidad empieza,/nos domina, y una vez/satisfecha, ya no queda/de ella siquiera el placer,/pero quedan sus peligros/que has de evitar por tu bien”. Es la cara oculta de la luna de la curiosidad, el mismo interés al que apelaba Albert Einstein cuando decía aquello de “no tengo talentos especiales, pero sí soy profundamente curioso”. ¡Qué distintas maneras de mirar!

El viejo vicio de echar una ojeada por el ojo de la cerradura se ha sofisticado con las nuevas tecnologías, que permiten mirar sin ser vistos. O al menos reduce los riesgos Ese es uno de los peligros de nuestro tiempo, donde, curiosamente, tanto se exhibe. Por eso cobra peso aquello que cualquiera desee preservar en la intimidad, sea lo que sea. Por eso aparece como tentador a los ojos del perverso, que desea, que anhela, que se pone, con lo prohibido.

Recuerdo una canción de la infancia que, en su ingenuidad, daba en el clavo para estos penosos casos. Decía algo así como “cochino, marrano, cerdo americano”, dicho sea con perdón, qué sé yo, de los argentinos o los estadounidenses. Supongo que el uso del gentilicio era una cuestión de rimas. No se me ocurre nada mejor que decirle al tipo de la mirada sucia (en realidad sí se me ocurre pero corro el riesgo de caer en un delito...), así que ahí queda dicho. O mejor recurrir al marques de Sade cuando dijo que hay villanos para quienes no existe más dios que sus deseos. Puercos, añado yo.