EL filósofo y premio Nobel de Literatura Bertrand Russell, planteó una duda que, un siglo después, aún persiste. ¿Qué hacer con los puentes...? Lo hizo, claro está, con el puente como metáfora cuando dijo que lo más difícil de aprender en la vida es qué puente hay que cruzar y qué puente hay que quemar. Al fin y al cabo, la figura del puente también sirve para explicar la vida. ¿Acaso ella no avanza tendiendo puentes y derribando muros...?
Es curioso. Hay puentes sin río que dan más servicio que otros que ven pasar el agua día tras día: pasarelas que se arman para tender un camino entre la política y el pueblo, dos orillas que muchas veces parecen distantes, como dos vecinos ribereños que no mantienen tratos. Me viene a la cabeza esa idea ahora, cuando la Diputación Foral de Bizkaia anuncia que se arremangará para ponerse manos a la obra sobre el esqueleto del viejo puente que sortea, este sí, el cauce del Kadagua y que soporta en sus grupas el tráfico rodado de más de 100.000 vehículos diarios. Lo agradecerán los usuarios, esos mismos que tantas veces se preguntan tantas veces (y en no pocas ocasiones con razón...) qué hacen por mí. Porque, uno a uno, el pueblo es usted, eres tú o soy yo. El pueblo somos cada uno de nosotros con nuestros intereses particulares. Cuando sumamos deseos en común, somos pueblo; cuando no coinciden con los míos, son los otros.
Sirve esta revisión de la casa que de vez en cuando se acomete para darnos cuenta que en alguna habitación está la cama a mediohacer, en otra hay polvo y a una tercera le hace falta una mano de pintura. Cuando los gestores que nos gobiernan pasan revista al estado de las cosas (y cuando hay posibles para acometer las obras...) uno tiene la sensación de que su pueblo es otro, mejorado. Es lo que tiene tender puentes: mejora las relaciones.
Hay obras maestras que nos dejan boquiabiertos y otras, más prosaicas, que nos hacen más cómoda la vida. Ahora que hablamos de reformas surge la duda: ¿qué nos conviene más, el asombro o la comodidad? Cualquier asunto que nos facilite la dura tarea de la supervivencia merece nuestra aprobación con nota; cualquier otro que nos fascine, nos conmueva y nos conquiste hará de esa supervivencia una vivencia, algo que guardar en el hondón del alma en estuche de terciopelo.