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La sangre que nutre la tierra

DE agua somos. Del agua brotó la vida y no cabe duda que los ríos son la sangre que nutre la tierra. ¿Acaso no están hechas de agua las células que nos piensan, las lágrimas que nos lloran y la memoria que nos recuerda...? Agua, agua y agua. Por arriba y por abajo. Mansa o en torrente. El agua, tantos y tantos miles de años protagonista de la historia de la Humanidad -el Tigris y el Eúfrates, ¿se acuerdan...?- hoy ocupa, una vez más, papel principal en el reparto aunque la obra sea, vamos a decirlo así, un punto enrevesada.

El azar gasta una extraña costumbre en ocasiones: envía a un bufón para que todo lo enrede. Justo cuando se escucha ruido de sables sobre la contaminación de la ría de Bilbao por aquello de los bañistas intoxicados en una prueba deportiva, llega la asamblea general del Consorcio de Aguas. ¿Cuánto se invierte, cuáles son los planes de futuro, qué calidad tiene el agua que bebemos...? Ese tipo de cuestiones son las que acostumbran a responderse en esta cita habitual. Ese líquido elemento que no se pierde de vista jamás.

Nos cuenta la Historia que los desiertos de hoy fueron los bosques de ayer, cuando el agua y la tierra eran de nadie y eran de todos. Ya no ocurre lo mismo. Hoy todo este caudal tiene propietarios, vigilantes, guardianes, vallas que cortan el paso y le dejan a uno con la boca seca o desvíos de los cauces que, de repente, se encuentran con una moción de censura de la naturaleza y ¡zas!, inundaciones al canto.

Creo recordar que en 2009, una nave espacial descubrió que hay agua en la luna. La noticia, cómo no, apresuró los planes de reconquista. Si allí hay agua habrá que ir a por ella, dijeron quienes presumen, en sus tarjetas de presentación, de ser los Amos del Universo, además de presidentes del país tal o el estado cuál. No será fácil parar a los conquistadores, aunque me confieso profano en cuestiones extraterrestres y quizás esa noticia sea vieja ya. Igual hasta hay ya habitantes u okupas en esa vieja moneda de plata de la noche de la que habló el poeta cuando hablaba a su enamorada. No en vano, de agua son los besos de amor y los salibazos de menosprecio; líquidos los sueños y acuáticas las fantasías. El agua que riega y la que se bebe, la que cura heridas y aplaca la sed de los animales. El agua bendita y la estancada. Sobre sus renglones se escribe la historia del hombre. Ayer, un capítulo más en esta narración interminable.