CANTABA Carlos Gardel, con voz arrastrada, aquello de “Silencio en la noche/ ya todo esta en calma/ el músculo duerme/ la ambición descansa”, un tango que un par de estrofas más adelante dice algo así, si no me traiciona la memoria, como “un clarín se oye/ peligra la patria/ y al grito de guerra/ los hombres se matan/ cubriendo de sangre/ los campos de Francia”. No es un clarín ese que suena en las noches de Bilbao, trepidantes y ruidosas para quienes intentan descansar sobre ellas y un punto mortecinas y apagadas para cuanto pájaro nocherniego levanta el vuelo a la hora en que se acuestan las Cenicientas.
Cubriendo de sangre los campos de Francia. Hay que esperar que la letra no sea premonitoria, porque se cuece una guerra civil larvada y sorda entre los disfrutones y los dormilones, dos tribus del siglo XXI. ¿Por qué digo esto...? Porque el mundo de hoy se divide entre muchos puestos de trabajo que exprimen a sus propietarios como si fuesen un limón, agotándoles hasta la extenuación, y una legión de hombres y mujeres de vida perra que solo encuentran alivio a su situación (estudios equivocados y sin esperanza, la sangre joven en ebullición, mil y un noes tras mil y una llamadas a la puerta del mercado laboral, salarios de andar por casa...) saliendo a tomarse un trago y oír música anestesiante.
No es fácil encontrar el punto de equilibrio que no incline la balanza hacia uno u otro lado. De hecho, no solo en Bilbao sino en otras muchas ciudades, se buscan soluciones de todos los colores. Ahora se anuncia la llegada de los educadores a las zonas de ocio conflictivas, en su inmensa mayoría habitadas por gente joven. ¿Educadores...? Me van a perdonar, pero si alguien está preparada para manejarse y sacar ventaja de su relación con los educadores es la juventud. No en vano, su día a día consiste en eso: en una pugna con quien les tiene que gobernar, bien la familia, bien los profesores.
Quieren convencerles de que son ellos mismos los generadores de los problemas que luego se les vuelven encima como a quien escupe al cielo, de la misma que un profesor se desgañita por hacerles ver que una ecuación de tercer grado o la fecha en que estalló la Revolución francesa les servirá para algo el día de mañana. Es casi un imposible porque mientras uno, erre que erre, se empeña en el esfuerzo a ellos les invoca la vida al disfrute y, en ocasiones, la transgresión. Duro trabajo en el ring.