LA afición llegó a San Mamés con el disgusto a media digestión, pues de tanto repetir ¡ojo con los chipriotas! a los muchachos les entró esa sensación de vértigo que preludia la catástrofe, y una catástrofe se puede considerar la eliminación del Athletic de la Europa League frente a un rival menor según se pudo comprobar en el partido de ida.

Lo malo es que los protagonistas han quedado retratados para la posteridad, y dentro de cien años este jueves infausto seguirá recordándose como uno de los mayores oprobios en la historia del club rojiblanco. En cierto modo semejante fracaso me retrotrajo a los tiempos en los que Ernesto Valverde ejercía de jugador; al Madrid o al Barça la Copa les importaba un pimiento y pasaban olímpicamente de ella, hasta Osasuna o el Recre se metían en la final e incluso el Espanyol, Betis o Mallorca fueron capaces de ganarla. Entonces, como ahora y siempre, los jugadores del Athletic repetían como un mantra: nuestro objetivo es ganar la Copa... y luego se topaban con la Gimnástica de Torrelavega (...)

Y con esa sensación llegó a San Mamés la hinchada. El disgusto a medio digerir, ánimo alicaído y una conclusión: esto se venía venir, para qué nos vamos a engañar. Un equipo que es incapaz de ganar fuera, o de meter un gol a domicilio aunque la portería tuviera la dimensión del arco iris y el rival aroma a perita en dulce, es bastante probable que tampoco sea capaz de superar al APOEL Nicosia.

Con los prolegómenos del partido ante el Granada, lo que le faltaba a Ernesto: un homenaje del club por sus 290 partidos con sorpresa incluida cuando el escenario estaba preparado para la mortaja. Salieron estupendos Andoni Iraola y Asier Villalibre, primer y último futbolista en debutar con el Txingurri; la parroquia estalló en una ovación y al entrenador casi se le saltan las lágrimas de pura turbación: sobre la tormenta imaginada estalló la calma y el sentido común. Quedó claro que la hinchada quiere a Valverde por razones obvias, y si el Athletic se quebró junto a las escolleras chipriotas fue por un capricho de los dioses.

Hay que reconocer que Ernesto inspira cierta ternura, y es probable que hasta al más recalcitrante de los seguidores rojiblancos se le pasó el cabreo intuyendo lo mal que lo ha tenido que pasar el técnico a causa del revés europeo. Y en su defecto tampoco parecía momento para los reproches teniendo a medio equipo titular de baja por lesión o sanción.

Pero entonces empezó la contienda, y con ella regresó el fantasma del APOEL. Y con los primeros pelotazos también volvió la sensación de poquedad que últimamente inspira el Athletic, o el recuerdo por el desengaño sufrido.

Pero los mismos dioses que porfiaron con el naufragio chipriota tuvieron a bien diseñar un bondadoso reencuentro con la afición poniendo como contrincante al Granada, el equipo de una hermosa ciudad andaluza que sin embargo tiene como patrona a la Virgen de las Angustias, un dueño de la China y un equipo que parece la selección de la ONU. Cada uno de una madre, escaso espíritu identitario y transmitiendo una escandalosa sensación de torre de Babel. Por si fuera poco el lío, los discípulos de Lucas Alcaraz hasta festejaron el Carnaval, pues no se entiende de otra forma el disfraz de Hermanitas de la Caridad que con graciosa galanura desplegaron sobre el césped de la Catedral.

Con tan indulgente rival, el Athletic pudo sacar adelante un partido muy incómodo, escenificar un necesario aquelarre e intentar la catarsis. Frente a un Granada variopinto, la tribu rojiblanca volvió a congraciarse con sus esencias: qué complicado es armar un equipo con futbolistas de cantera y encima demostrar capacidad competitiva, aunque a veces entren lícitas ganas de reclamar más vergüenza torera o sobrecoja la sospecha de un aburguesamiento, por lo bien que viven y la escasa competencia que tienen.

Pero sobre todo ha quedado claro que la afición del Athletic quiere que Valverde renueve, a pesar del mal momento, probablemente coyuntural, o que aclare cuanto antes, como ha dejado entrever, que su ciclo ha terminado.