Erdogan, a por todas
LA espiral radicalista emprendida por el presidente turco Erdogan tiene muchas raíces, pero sus motores principales son la conciencia de que ahora más que nunca Ankara está en una posición ventajosa tanto frente a los Estados Unidos como a la Unión Europea a la hora de afianzar su ideología islamista y nacionalista pese a que se van radicalizando cada vez más.
Esta radicalización de Erdogan salta a la vista tanto en la represión masiva de la oposición emprendida por su gobierno desde el fallido golpe de Estado último cómo como por las acciones militares contra la minoría kurda.
Las querencias totalitaristas de Erdogan quizá hayan existido siempre, pero en sus tiempos de alcalde de Estambul o en sus primeros Gobiernos no tuvo necesidad ni oportunidad de darles rienda suelta. Ahora no solo tiene la oportunidad de hacerlo, sino -desde su punto de vista- hasta la necesidad de actuar así. Y es que, por una parte, la adhesión popular va menguando porque el fabuloso crecimiento económico de hace un par de lustros va a menos. Y por otra parte, Erdogan y su partido, el AKP, están sucumbiendo a uno de los grandes riesgos de los ejercicios de poder muy largos: el de confundir querer con poder.
Es evidente que Erdogan pretende llevar a cabo una contrarrevolución en su país y anular en gran o grandísima medida las reformas laicistas y occidentalistas implantadas por Kemal Atatürk en los años 20 del siglo pasado. Su contrarreforma iba avanzando a trancas y barrancas porque media Turquía (con gran parte del generalato al frente) ya había asumido el kemalismo y se resistía a la reislamización. El improvisado y mal ejecutado conato de asonada le dio la oportunidad de hacer a la brava lo que le faltaba para su contrarreforma.
Y la oportunidad no solo se la brindaron los golpistas, sino también el alud de migrantes que pretenden llegar a la Europa rica a través de Turquía. El acuerdo de Ankara con Bruselas para que las autoridades turcas pongan el primer dique a ese flujo le ha dado a Turquía un poco de dinero y una gran palanca para que la UE no insista mucho en que en Turquía se cumplan a rajatabla los derechos humanos y los valores democráticos.
La guerra de Siria, que las grandes potencias siguen emperradas en ganar sin intervenir directamente con ejércitos de tierra ha creado una situación similar. O peor, porque Washington está tan necesitado de la ayuda logística y militar turca que opta por no enterarse de que durante largos lapsos de tiempo los aviones turcos bombardeaban exclusivamente bases kurdas -aliado básico de los occidentales en Siria e Irak-. Para los occidentales lo primordial es acabar ahora con el Estado Islámico y si esto se consigue -creen- tiempo habrá para abortar otras amenazas fundamentalistas.