el resultado de las elecciones del domingo ha consolidado el liderazgo político e institucional del PNV y del lehendakari Iñigo Urkullu. No existen varitas mágicas en política, el éxito de un triunfo holgado es fruto de toda una concatenación de factores, ninguno de ellos aleatorio.
Hay al menos cinco razones de peso que han conducido a este éxito, concretadas en la presencia de un líder sólido, el lehendakari Urkullu, que transmite honradez personal, genera confianza y revela ganas de trabajar por la mejora de vida de la sociedad vasca; el segundo factor clave es la identificación con un modelo, una visión de país que ocupa la centralidad social vasca; en tercer lugar haber ofrecido al electorado una razonablemente buena gestión, realizada en tiempos no fáciles para la política por la convulsión permanente de los mercados; en cuarto lugar cabe citar la ausencia de escándalos de corrupción y por último la sensibilidad social en la acción de Gobierno.
Siempre se podrá pedir más, sin duda, pero calificar como “de derechas” la política del Gobierno Urkullu en éste o en otros ámbitos supone desconocer el esfuerzo y la atención desplegada en medios, personas y en dotación presupuestaria a lo largo de toda la pasada legislatura para atender esta cada vez más necesaria dimensión social de la política.
¿Cómo se ha posicionado el PNV en el binomio debate identitario frente a confrontación de modelos de gestión ante la situación de crisis económica? Ha apostado por combinar pragmatismo e identidad abierta, sin complejos ni contradicciones, porque es perfectamente compatible preocuparse de los problemas de los ciudadanos vascos y a la vez potenciar el autogobierno de forma solidaria y eficaz. La intensa labor de gestión interdepartamental ha tratado de consolidar un modelo de crecimiento económico basado en la competitividad, la productividad, la innovación y el equilibrio social.
¿Acentuar el perfil pragmático del Gobierno vasco supone desnaturalizar la estrategia identitaria? La respuesta, en el contexto de crisis económica que nos rodea, es clara: captar la atención y la confianza de los ciudadanos vascos requiere huir de la retórica y exige descender a datos concretos que permitan recuperar la fiabilidad en las instituciones y en sus líderes. La política requiere las justas dosis de épica y la actuación anclada en la responsabilidad de quienes gobiernan. Las promesas audaces suenan muy bien, pero acaban frustrando tanto a quien la escucha y nos la ve realizadas como a quien las ha trasladado demagógicamente a la ciudadanía.
Desde los planteamientos políticos de la izquierda abertzale, en clave independentista y de superación del marco estatutario considerado agotado se han venido formulando en las últimas semanas reproches dirigidos al PNV bajo la argumentación de que esta formación política ha entrado en una deriva confusa y de regreso a la histórica ambigüedad que alienta los mensajes autonomistas.
Olvidan quienes formulan esos reproches que en la pretensión de avanzar de forma sólida en el autogobierno hay que impulsar instrumentos de diálogo para alcanzar un consenso integrador en relación con las diferentes visiones y sensibilidades políticas existentes en la sociedad vasca. Solo así se logrará la tantas veces citada normalización política, el reconocimiento del Pueblo Vasco como sujeto de decisión, la territorialidad y el pacto bilateral con el Estado como instrumento para la convivencia.
Los debates identitarios y el deseo de cobrarse viejas deudas políticas responde a impulsos pasionales pero la razón política se trabaja y conquista desde un discurso de construcción nacional que sea realizable y asumible por la mayoría de la sociedad vasca.
¿Y el reto pendiente? Pensar en el futuro sin descuidar el presente. Se aprecia una estrategia muy bien marcada y cuenta, gracias a la figura de Andoni Ortuzar, con un presidente del EBB que lidera con acierto las decisiones internas, apoyado en una buena sala de máquinas. Puede ser el momento de afrontar, sin urgencias pero a la vez sin dejarse llevar por la euforia efervescente del triunfo electoral, una renovación interna no traumática ni rupturista de personas en puestos de responsabilidad; sin hacer ninguna catarsis y ahora que la sensación de fortaleza interna es plena hay que ganar a la juventud renovando desde dentro y aportando así, si cabe, un mayor dinamismo que permita ampliar la base social del mañana.