SE apaga la antorcha de los Juegos Olímpicos de Río y los brasileños están encantados de la vida. En el medallero Brasil ha quedado en un lugar discreto, en el puesto decimotercero, justo por delante de España, pero resulta que en el fútbol, ese deporte que les roba el alma, la canarinha ganó la medalla de oro, el único trofeo de alcurnia que históricamente se les había resistido, y encima a costa de Alemania, lavando así la enorme humillación sufrida hace dos años. Aquel rotundo 1-7 en el Mundial de Brasil se esfumó en la noche mágica de Maracaná tras un partido ardiente, donde la incertidumbre del resultado estiró hasta el límite la angustia de la hinchada brasileña, que acabó reventada con un enorme grito de júbilo. Cuando Neymar anotó el penalti definitivo fue coronado inmediatamente o rei do futebol y nadie se acordó de la delincuencia, la recesión económica, la crisis política o si en la esgrima la representación brasileña tuvo una deficiente actuación. De súbito, la memoria de la torcida también borró los partidos ante Sudáfrica o Irak y las voces que recriminaron con sarcasmo a Neymar coreando el nombre de Marta, la genial futbolista local que sin embargo no pudo triunfar con la selección femenina.
Neymar se tomará unos días de vacaciones para recibir desde su pedestal el tributo agradecido de la sociedad brasileña. Su compadre Leo Messi ya le ha avisado: disfruta del oropel olímpico. No hay prisa. Y salta a la vista que no. Pasó el Betis por el Camp Nou y recibió una enorme tunda, confirmando que el Barça arranca la Liga como un ciclón. Ni los más optimistas esperaban que La Pulga, después de la depresión de caballo que se agarró cuando perdió con Argentina la final de la Copa América fallando el penalti definitivo (la antítesis de Neymar), pudiera retomar el trabajo con paso imperial, desplegando un juego absolutamente fascinante. Así que este Messi implacable vendrá a San Mamés el próximo domingo comandando al poderoso equipo azulgrana.
Más que el Barça, quien infunde miedo es el propio Athletic, que arrancó el campeonato en bermudas, como si todavía estuvieran sus jugadores saboreando los aromas de alguna exótica playa. Tengo que reconocer que sentí un mal pálpito cuando les vi aparecer con la indumentaria del Benemérito Instituto. Solo faltó el tricornio para completar esa estampa carnavalesca que ofreció el equipo bilbaino en Gijón para disfrute y regocijo de su hinchada, que no veía en El Molinón un triunfo del Sporting frente al Athletic desde 1991. Se me vino al recuerdo aquel encuentro en Mallorca de 1999, que pasó a la historia negra del Athletic como la tarde de los calzones verdes.
Pero no merece la pena darle más vueltas al asunto, que a lo mejor quienes diseñaron esta equipación verde-oliva, ideal para unas maniobras militares, les ven monísimos y el club se hace aún más rico vendiendo las camisetas. La única verdad es que el Athletic afrontó lánguido el partido frente al modestísimo Sporting, con la sensación de que era pan comido, y en tres minutos de la segunda parte encajó dos goles por falta de concentración. Al menos Iraizoz paró un penalti y realizó un par de meritorias acciones que evitaron un sonrojo todavía mayor. Hasta el gol de Viguera en las postrimerías del encuentro fue sin querer, pues se limitó a desviar a gol el balón lanzado por Williams.
Se puede echar la culpa al empedrado (aquel resbalón de Aduriz cuando tenía todas la disposición para marcar), pero sobre todo hay que convenir que un equipo que está sobradamente hecho y forjado fue una caricatura y todas sus eminencias (pongamos que Aduriz, Laporte, Susaeta, San José, Raúl García...) brillaron por su ausencia futbolística y palmaria desgana. Con este panorama Fernando Amorebieta disfrutó con el reencuentro como un general, aunque también le salió su proverbial inclinación filibustera en ese momento en el que la rodilla parece que se le escapa contra la cara de Aduriz cuando éste estaba tendido en el suelo. Y lo mejor: la actitud del colegiado Clos Gómez, que paró el encuentro a causa de los insultos racistas contra Williams. No recuerdo antecedentes semejantes. Mi más efusivo aplauso.