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Las líneas y las alfombras rojas

Albert Rivera condiciona su apoyo a Rajoy con nuevas líneas rojas que retroceden desde otras ya borradas

ANDABA ayer Albert Rivera con un trapo y un cubo por el Congreso de los Diputados. Venía de borrar aquella línea roja que trazó él mismo levantando casi el parqué hasta minutos antes y que consistía en que nunca apoyaría a un presidente de gobierno del PP mientras el candidato fuera Mariano Rajoy. O a lo mejor lo hemos soñado todos. Lo que parecía evidente para cualquiera hace unas semanas se ha ido asentando en la opinión del líder de Ciudadanos: o Mariano o las urnas. Rivera se saca la propuesta de negociación con Rajoy a las pocas horas de que la encuesta del CIS le demostrara que está lejos de su mejor momento electoral y su escaso capital político lleva camino de verse amortizado en aras del voto útil. Quizá ya lo tenía pensado antes, pero seguramente habrá ayudado el vértigo de achicarse aún más en el próximo Congreso que podría configurarse en otoño.

Lo que también sabe Rivera es que una retirada ordenada siempre da ocasión de vestirla de victoria. Si no hay daño, no hay derrota. Por eso, antes de llegar a un callejón sin salida que le debilite aún más, ha vuelto a tirar de brocha para trazar media docena de líneas rojas con las que pretende hacer pensar al observador poco advertido que su rendición es un reto y su galopada hacia el “donde dije digo...”, una ofensiva. Al menos, si atendemos a la interpretación de la presidenta de la Comunidad de Madrid, la popular Cristina Cifuentes, que identificó ayer los cinco puntos del programa electoral de su partido que recogen lo presentado ayer como exigencias. De modo que la mayoría de lo declamado ayer por Rivera es, más que una línea, una alfombra roja para Mariano Rajoy.

Pero seamos justos. En estas líneas pedíamos ayer un ejercicio de consciencia -ni siquiera de responsabilidad- a los líderes de los partidos españoles. Rivera ha empezado a hacer sus deberes aunque lo haya trufado de grandilocuencia. Albert Rivera se gusta y habrá que acostumbrarse a la trascendencia que se da, aunque para que de verdad haya gobierno sigue siendo preciso que Pedro Sánchez acepte las reglas de ese juego y ponga sobre la mesa sus propias condiciones. Porque, sin la abstención del PSOE, el de Ciudadanos no suma mayoría.

A Rajoy le queda, en todo caso, bregar con el único punto de las demandas de Rivera que no ha salido del programa del PP. Diga lo que diga Cifuentes, no entraba en los planes del presidente en funciones afrontar una comisión parlamentaria que investigue -o lo que sea, porque las experiencias pasadas con este tipo de iniciativas son bastante desalentadoras- el caso Bárcenas. Es el único sapo que de verdad se le puede indigestar al PP, lo que no implica necesariamente que se lo acabe tragando él solito. Pongamos el caso de que, en la negociación que se abrirá sin demasiadas dudas hoy tras la reunión en Moncloa -admitiré públicamente mi sorpresa si salen de ahí con una ruptura-, la comisión de investigación sobre la financiación del Partido Popular se -digamos- amplía. Esto es, ¿quién rechazaría que el parlamento, más que un caso concreto, se dedique a valorar el estado general de los escándalos de corrupción que acometen a los partidos políticos?

Si la comisión Bárcenas se convierte en la comisión corrupción, a Mariano Rajoy le tocará sazonarse un buen pedazo de ese sapo, pero a Sánchez le va a tocar cocinarse las ancas de los ERE en Andalucía. Y, a poco que alguien con un poco de sentido maquiavélico quiera acabar de matar de éxito esa inicitiva, acabarán apareciendo por ahí, los Pujol, la Púnica y... hasta las tarjetas black de Caja Madrid, de las que participaron los representantes de PP y PSOE, pero también patronal, sindicatos UGT, CC.OO. y hasta IU, lo que podría poner a prueba la unidad de Unidos Podemos. Un batiburrillo estéril. Y, sobre todo, que una vez que Rivera ha enterrado las líneas rojas del pasado, ¿quién asegura que estas de hoy no sigan el mismo camino si es menester? Por responsabilidad con el país, claro.