¿A quién creemos?
Rajoy utiliza a Rivera de mamporrero para atraer al PSOE, que esperará a que el líder ‘popular’ muerda el polvo en una investidura fallida para “forzar” alguna reforma y facilitarle el camino
Aestas alturas de la película de la política en el Estado -una tragicomedia del más puro género de la españolada- , ¿a quién creemos? Hasta ahora, pensábamos -algunos, cada vez menos, lo siguen manteniendo- que Mariano Rajoy era parte sustancial del problema y, por tanto, era imposible que fuese la solución. Sus políticas austericidas, sus recortes, sus hachazos al sector público, su insolente y despreciativo rodillo parlamentario fruto de la mayoría absoluta, su absoluta falta de empatía con desprecio de todos los demás, la corrupción en el PP que ha llegado a límites insoportables y a la imputación por parte de un juez del partido que él preside, el recrudecimiento de la recentralización, su apatía ante los “desafíos soberanistas”, las mentiras incluso a Bruselas sobre el déficit y un largo etcétera de asuntos clave hacían imposible que siguiera como presidente. Eso, al menos, se nos dijo. Así se nos vendió.
Tras las segundas elecciones, Rajoy está doblando el pulso a sus adversarios, sin hacer esfuerzo alguno, algo que se le da de maravilla. El viraje de Ciudadanos está siendo paradigmático. Quien iba de gran salvador de la decencia y la regeneración democrática mediante la nueva política suplica ahora en su “canal permanente de diálogo” con Rajoy tres cuestiones muy alejadas de aquellos grandes principios que envolvieron el artificial e instrumental surgimiento de Albert Rivera en la política española: techo de gasto, Presupuestos y lo que llaman “el desafío independentista” no parece mucho botín.
Ciudadanos sirve lo mismo para un roto que para un descosido. Por eso -y por sus escaños, exiguos pero que cuentan, y mucho- Rajoy lo ha elegido como mamporrero, en su sentido más literal. Lo hace, claro, a sabiendas de que es la vocación de Rivera. El líder del PP trata así de engatusar a los socialistas, absolutamente desconcertados ante su propia situación y, por extensión, de la general del país y más revueltos que las hormonas de un adolescente.
La respuesta, lógica a día de hoy, del PSOE, es que no. ¿Cuánto durará esa posición más o menos numantina cuando las voces de muchos históricos socialistas están ya claramente apuntando a facilitar la investidura del enemigo? Pues lo que tarde el PP en adornar de grandes reformas algún maquillaje que vaya un poco más allá de lo estético tras una tarde de gloria de Sánchez haciendo morder el polvo a Rajoy en la primera vuelta de una investidura fallida.
Hace unos días, tras su entrevista con el líder popular, Pedro Sánchez rechazaba, con apariencia convincente, el apoyo socialista a Rajoy. “Que se pongan de acuerdo las derechas”, dijo, obviando -mucho obviar- que en eso que llama “derechas” está Ciudadanos, con quien él acordó hace aún pocos meses un pacto “de progreso” tras el que Albert Rivera iba a ser su vicepresidente, una Convergència independentista y un PNV con quien los propios socialistas tienen acuerdos de gobernabilidad.
Así que terminamos como empezamos, preguntando a quién podemos creer. La política española también es innovadora en esto porque Von Bismarck decía que nunca se miente más que tras una cacería, durante una guerra y antes de unas elecciones. Aquí se miente antes, durante y después de las tres cosas.