LA Constitución del 78 se tambalea en una semana aciaga para sus esencias. Esa Carta Magna superada hace tiempo por las exigencias territoriales de otro modelo de Estado, concebida exclusivamente para el bipartidismo eterno, paquidérmica ante las nuevas realidades democráticas del desencuentro acusa endeble, en apenas siete días, una cascada de azotes que comprometen su respeto. Sin proponérselo en el tiempo, Europa ningunea de un plumazo la esencia de aquella reforma constitucional urdida en 2011 por el presidente Zapatero con la connivencia de PP y UPN en plena zozobra emocional y política de la crisis; Mariano Rajoy regatea la normativa expresa sobre la investidura de un futuro presidente; y en el Parlamento catalán los independentistas vuelven a tomar oxígeno para ocultar su desgobierno. Y aún hay quien se resiste a la reforma de tan vituperada por anacrónica Constitución española.

Ni un padre de la patria ha levantado la voz ante el sonrojante desafío que supondría el rechazo de Rajoy a su proceso de investidura -no negado como opción real- si entiende que está abocado al fracaso por falta de apoyos políticos. Si cualquier otro candidato hubiera contemplado siquiera como hipótesis semejante afrenta al texto de la Constitución, la caverna se habría levantado en armas dialécticas, o sencillamenteinsultantes. Es comprensible desde el decoro político que el riesgo de una derrota personal en el Parlamento desaliente a cualquiera, incluso a quien gana las elecciones y ganará las próximas si se presenta. Pero con la misma rotundidad es denunciable que anteponga el incumplimiento de la Constitución como venda de una posible herida. Rajoy debe saber que una vez aceptado el ofrecimiento de Felipe VI para procurar un gobierno debe someterse al examen de su investidura. Pero si el candidato del PP gambetea con las normas más exigentes, ahí debería emerger la voz inequívoca de la presidenta de la Cámara para recordarle que la ley está para ser cumplida. Para que no se olvide ya se lo ha recordado el agazapado Pedro Sánchez, ansioso por cobrarse de una vez y en plato frío la venganza de esa votación de rechazo a Rajoy. Y a partir de ahí igual hasta se pueda hablar de todo.

Tampoco Europa tiene ahora la fuerza suficiente para ponerse del lado de la Constitución como cuando obligó a su reforma por el agujero financiero. Presionada por el síndrome del Brexit, acuciada por las exigencias de Francia e Italia con las arcas vacías y temerosa de un entorno político que sacude el establishment, la UE ha dado un paso al lado para liberar a España de su merecida multa por incumplir las exigencias del déficit público, ayer mismo otra vez desbocado. A los independentistas catalanes, en cambio, les enorgullece incumplir la Carta Magna, a la que, sin duda, ni reconocen. En medio de una crisis institucional, sofocados por una incontrolable parálisis presupuestaria, nada mejor que accionar el ventilador de la soberanía para procurar una unidad de facto por la que suspira el president Puidemont, consciente de que son fuegos de artificio. Su auténtico examen llega en septiembre.