COMO saben, Vicente del Bosque anunció el pasado jueves que se jubila del todo, dejando el cargo de seleccionador y la posibilidad de liarse la manta a la cabeza en cualquier otro banquillo, lo cual, a sus 65 años bien cumplidos y el riñón mejor forrado parece lógico. Así que a partir de ahora es muy probable que le oigamos con asiduidad, con su voz grave y pausada, en las tertulias radiofónicas o en la televisión. Durante su visita de despedida por los programas deportivos de todas las emisoras de ámbito estatal, Del Bosque habló en plural mayestático sobre la Eurocopa, aunque sin apenas asomo de autocrítica, y sobre todo hizo un brindis por los buenos tiempos, cuando la selección española ganó bajo su mando el Mundial de 2010 y la Eurocopa de 2012. En gracia a la gesta balompédica culminada en Sudáfrica, Juan Carlos I tuvo a bien concederle el “Real aprecio” otorgándole el título de Marqués de Del Bosque, “para sí y sus sucesores”, por la “gran dedicación al deporte español” y su “contribución al fomento de los valores deportivos”, según quedó escrito en el Real decreto. Es decir, uno puede dejarse el lomo y la hacienda trabajando desinteresadamente para los demás en una ONG o inventar la penicilina y como mucho te dan una palmadita en la espalda, pero si ganas un Mundial... Y qué me dicen de Iker Casillas, que junto a Xavi Hernández recibió un año después el Premio Príncipe de Asturias por ser un “ejemplo de deportividad y compañerismo”, galardón que ambos, junto a Del Bosque y resto de la plantilla que logró el Mundial’2010, ya habían recibido de forma colectiva.

Pero el susodicho Marqués está de retirada, y como mal estratega no se le ocurre otra cosa que reventar los puentes. Porque la Eurocopa de Francia ha corroborado el declive absoluto de Vicente del Bosque, ya constatado en el Mundial de Brasil. Tanto en la capacidad para preparar un gran evento futbolístico como en la ética, su propio mito, esa imagen de hombre cordial, elegante, conciliador, que sabe guardar las formas y sobre todo los códigos internos, el fuego sagrado del vestuario. Del Bosque dejó atónito al persona al acusar de egoísmo y soberbia a Iker Casillas por ser incapaz de asumir su papel de suplente, relegado por David de Gea en una transición que además estaba cantada de antemano. Al airear públicamente sus desavenencias con el portero madrileño, el Marqués mostraba también un grado de mezquindad considerable, arrastrando en su deriva al otro gran icono de la época más gloriosa del fútbol español; eso sí, no sin antes advertir lo mucho que le aprecia y cuánto ha hecho por él.

De repente nos damos cuenta de que el templado seleccionador también es capaz de soltar veneno, y que el campechano y multipremiado portero es un hombre insolidario e incapaz de admitir el ocaso de su estrella, o sea, que a lo peor Mourinho tenía hasta razón.

Licenciado Del Bosque, el incombustible Ángel María Villar también quiere pasar página a una filosofía futbolística, si por eso entendemos la probable elección de Joaquín Caparrós para el puesto. Del sevillano se sabe que es capaz de reactivar a un equipo lánguido y sin espíritu, como hizo con el Athletic en época infausta, pero le persiguen demasiadas leyendas urbanas, y aquella paradigmática frase dicha en Iruñea tras ganar de aquella manera a Osasuna: “déjate de imagen, clasificación amigo”. Pero habría que verle dirigiendo a futbolistas de mucha categoría, algo que todavía no ha experimentado, para comprobar su talante y el grado de eficacia.

Y en su defecto, oigamos a Marcoussis Danilo Pereira, centrocampista de Portugal, que el miércoles se enfrenta a ¡Gales! por una plaza en la gran final europea: “Prefiero estar aquí jugando feo que jugar bonito y estar en casa”, dijo ayer. Toda una declaración de principios al modo Caparrós y que define perfectamente lo que está siendo esta Eurocopa. El otro finalista saldrá de un Alemania-Francia, partido que sí tiene hechura de semifinal con fuste. Los galos se clasificaron después de imponer la lógica ante los entusiásticos e irreverentes islandeses, cualidades muy útiles en la competición, acabando con una aventura verdaderamente fantástica.