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Del culto al cultivo

UN viejo proverbio árabe nos recuerda que aquellos que de veras buscan a Dios, se ahogan dentro de los santuarios. Ese es el sermón del día: la vida abriéndose paso en las tierras de la religión, no como una venganza sino como un proceso natural. La decisión del colegio Maristas de Bilbao de reservar parte del espacio destinado al culto al cultivo de un alumnado responde a la necesidad de ganar sitio para comer más holgado y para estudiar en mejores condiciones. Una vieja expresión del sur de Estados Unidos reza algo así como Losing my religion, lo que traducido con sentido común, significa, más o menos “perder la compostura”.

Viene a mi memoria la expresión, ahora que el colegio religioso ha decidido dar el salto al siglo XXI, al igual que acude aquel párrafo tan sobrecogedor que dejó escrito Eduardo Galeano sobre la América Latina que tanto quiso y tanto sufrió. Escuchen, escuchen la voz del mago de Montevideo. “Vinieron. Ellos tenían la Biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: ‘Cierren los ojos y recen’. Y cuando abrimos los ojos, ellos tenían la tierra y nosotros teníamos la Biblia”. Hoy parece que ha sucedido lo contrario: la Iglesia devuelve la tierra al pueblo.

No lo hace como una devolución de la expropiación. No es ese el espíritu. Parece que el impulso mana de otra de fuente: la de la sensación de que Dios no pide -si es que pide algo...- que le recen de rodillas sino que se formen hombres y mujeres con todas las de la ley. Y para ello sirven más y mejor un buen plato de legumbres o un aula de tecnología que cien padrenuestros.

Queremos clases con mesas que tengan ruedas, han dicho desde el colegio. Y es ahí, en la metáfora de la rueda, donde reside el trasfondo de la historia: la curiosidad para el aprendizaje exige más movimiento y menos contemplación. Habrá quien grite “¡anatema!”, pero lo que importa es que los jóvenes sepan qué significa esa palabra.