El ‘sargento’ Cabral baila con Aduriz
EL fantasma de Marcelo Bielsa recorrió San Mamés con tanto descaro, garbo, soltura y determinación embutido en los cuerpos de los jugadores del Celta que me temí lo peor en un momento tan así, con la quinta plaza de la clasificación en juego, lo cual no es poco, y sobre todo porque además servirá para evitar a los sufridos futbolistas del Athletic otra farragosa eliminatoria previa en la próxima Europa League. Por no hablar de otro tipo de sufridores, esos espectadores que se mojan en la Catedral cuando llueve a medio lado, o llueve y hay ventisca, o simplemente llueve, bueno, el jaleo de la cubierta, que le sale por un ojo de la cara al club y también necesita tiempo para completar con sosiego y sincronía su compleja estructura.
Desde luego que el Toto Berizzo, el técnico celeste, demostró su condición de discípulo aventajado del Loco, al cual no añoramos porque ahora tenemos a Ernesto Valverde y estamos encantados de la vida. Pero viendo al Celta desenvolverse de aquella manera y cómo sorprendió Orellana a la desconcertada defensa rojiblanca para anotar el 0-1 me sacudió un ramalazo de nostalgia. Caigo en la cuenta que desde la llegada de Bielsa, allá por junio de 2011 de la mano de Josu Urrutia, el Athletic no ha dejado de competir al máximo nivel, es ambicioso y busca los triunfos apostando por el buen gusto futbolístico.
Va para cinco años y tenemos la sensación de que lo mejor está por venir al compás del buen género y un ideario enraizado, y de qué manera. También ha ocurrido en el Celta, con el legado de Bielsa bien mamado a través de Berizzo. Pero cuando empiezas a darle vueltas a que no hay peor cuña que la de la misma manera y zarandajas semejantes te das cuenta que una cosa es el colectivo y su espíritu y otra el individuo y sus circunstancias. Por ejemplo. En el Celta juega Gustavo Cabral. Central argentino de recia estirpe, variante cacique. O sea, propenso a marcar territorio utilizando ciertas artes intimidatorias (es decir, es de los que pegan), aunque a veces se le va la mano y eso, con un ingenioso delantero como Aritz Aduriz, que además es perro viejo, entraña mucho peligro. Cabral se tragó el anzuelo y cometió un penalti como una casa que el artillero donostiarra transformó con un disparo rotundo. Instantes después, con Aduriz por el suelo, Cabral se le acercó taimadamente, pero no pudo soslayar su vocación de cacique y como los leones del Serengueti sintió la irrefrenable necesidad de marcar territorio con un sutil chorro de meada. Apenas rozó con su bota la cara de Aduriz, que reaccionó como si le hubiera picado un escorpión dorado, o en su defecto recibido una dolorosa patada en la sien, y como el árbitro estaba ahí al lado y tiene en su lista filibustera al sargento Cabrera, le expulsó de inmediato, no por el supuesto daño infligido y sí por la intención del susodicho, con esa manía de marcar territorio impregnando el césped de meada.
En tan solo dos minutos, Aduriz, desencadenando un penalti y una expulsión, corrigió el partido, le dio otro rumbo más sugerente y demostró cuán importante es tener en tu equipo a un elemento como él, eficaz goleador, con artimaña cuando es necesaria, fuerza, carisma y capacidad de liderazgo. Son cualidades que comparte con otro potente futbolista, Raúl García, autor del sorprendente gol que otorgó al Athletic una valiosa victoria, a sus jugadores más días para el solaz y disfrute veraniego y a los ingenieros del futuro chubasquero de San Mamés cobertura para acabar la obra sin más apuro.
El Celta entonces se apagó, hasta que no tuvo otra y sacó fuerzas de flaqueza para sofocar con determinación al Athletic, a cuyos futbolistas les faltó tranquilidad y temple para manejar los instantes finales, consumidos bajo la amenazante sombra del empate.
Recuperada la quinta plaza, ahora se trata de aguantar como sea en los dos partidos que faltan, conocido que no hay otra meta más alta tras la victoria del Villarreal frente al Valencia, lo cual rompe definitivamente el sugerente sueño de volver a disputar la Champions.