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Premio al peor partido del año

Premio al peor partido del añoEFE

JUNTO con el disputado en Granada (2-0), en la primera vuelta liguera, me da la sensación de que ha sido el peor encuentro disputado por el Athletic en esta abigarrada temporada. Con paso cansino y mucha pereza, como reclamando a gritos unas bien merecidas vacaciones. Probablemente la derrota frente al Atlético de Madrid cuatro días antes y las frustración de la semana anterior, con aquella dura eliminación europea frente al Sevilla, dejó huella en el subconsciente colectivo del equipo, pues suponía poner el epitafio a dos desafíos apasionantes: alcanzar la final de la Europa League y encaramase a la cuarta plaza, lo cual implica la clasificación para la próxima Champions, que es donde reside la aristocracia futbolística y donde se reparten buenos dineros.

En una semana, los grandes objetivos del Athletic se fueron al carajo, pese al esfuerzo y mejores intenciones empleados en el intento. Y esa evidencia, el hasta aquí hemos llegado, que no es poco, siempre deja tras de sí un vacío, pone plomo en los pies y derrite el buen ánimo.

Y en esas cábalas estaba yo cuando llegó el primer gol del Levante, después de un espectacular despiste defensivo. Pero cuando Etxeita subió con el balón a no se sabe dónde, lo perdió tontamente y todavía le dio tiempo a replegarse hasta batir la portería defendida por Gorka Iraizoz, su entrañable compañero, fue el acabose.

Aquel lance me dejó tan perplejo y estupefacto que derivó mis cábalas hacia otros derroteros más sutiles, pero también con mucha enjundia. Por un lado pensé: para mí que la angustiosa situación del Levante ha provocado ternura infinita entre discípulos de Ernesto Valverde. Al fin y al cabo, la clasificación para la próxima Europa League está prácticamente asegurada, y donde hay que dar el callo es el domingo, frente al Celta, que es el gran rival, en San Mamés; y de igual modo en el último partido liguero, también en La Catedral, para despedir la temporada con jolgorio y traca, derrotando al Sevilla a modo de dulce venganza y entonando (si se tercia) algún que otro canto canalla en honor y realce de Fernando Llorente. Y en el ínterin, se le da una tunda a la UD Las Palmas si hace falta, pues sus futbolistas gustan de un bien ganado solaz una vez salvada la categoría, y de esta forma tan rimbombante el Athletic se garantiza la quinta plaza y unas vacaciones de verano como Dios manda.

Pero a estos del Levante... pobre gente, es que los mandamos directos a Segunda División a poco que apretemos el acelerador.

También se cruzó por mi cabeza otra línea argumental de grueso trazado. Un brindis por aquel partido trascendental de cuyo nombre no quiero ni acordarme, jugado en los tiempos más oscuros del bienio negro, y ustedes de sobra me entienden, o sea, hoy por ti y mañana por mí, y aquí haya paz y en el cielo gloria.

El caso fue que los futbolistas del Levante tomaron aire, se confiaron con ese rotundo 2-0 y bajaron la guardia en los instantes finales, hasta el punto de desechar la sobreactuación, es decir, esa fea costumbre de despatarrarse por el suelo al mínimo contacto y retorcerse de dolor sobre el césped para perder tiempo y poner de los nervios al contrario con tan abyecta estratagema. Pero resulta que los hombres de Valverde interiorizaron de súbito el ridículo espantoso que estaban haciendo, y sintieron vergüenza torera. Invocaron el espíritu de Aduriz y en un abrir y cerrar de ojos, entre los minutos que van del 88 al 91, anotaron dos goles y empataron el partido, sumando ese punto que otorga al Athletic su clasificación matemática para Europa.

Y de paso provocaron al Levante su ruina casi definitiva, como si la catástrofe fuera súbita, y no invocada sistemáticamente a lo largo y ancho de los 34 partidos anteriores de competición. Porque si el Levante baja, y tiene toda la traza, se lo habrá ganado a pulso, como el Athletic el prurito de terminar la temporada entre los mejores de la división.

La temporada se acerca a su final, el drama del descenso aún está pendiente de romper en llanto definitivo y sigue habiendo tres candidatos al título, aunque el Barça depende de sí mismo y ha recobrado la senda del gol al modo salvaje, destrozando sin piedad al Deportivo (0-8) y al Sporting (6-0). Me imagino al insaciable Ronaldo bramando por consentir los consejos de Zidane, que por prudencia le pidió que no jugara contra el Rayo. Y para un partido que se pierde va Luis Suárez, aprovecha para rebasarle en número de goles (34 por 31) y le arrebata el Pichichi. Creo que ahí sigue, haciendo como un loco flexiones para atemperar su insípida soberbia.