Álvaro de Figueroa y Torres, Conde de Romanones, además de aristócrata y cacique, fue presidente del Senado, presidente del Consejo de Ministros y 17 veces ministro con el Partido Liberal en tiempos de Alfonso XIII. Ambicioso de cargos y medallas, pretendió su ingreso en la Real Academia de la Lengua para lo cual fue solicitando discretamente el voto a los académicos, uno por uno; todos y cada uno prometieron asignárselo, por supuesto, señor conde. El día de la votación, su secretario le informó, desolado: “Ni un solo voto, excelencia, ni uno solo”. Romanones, primero estupefacto, después cabreado, mirando a los académicos que iban saliendo de la votación, comentó pensativo: “¡Joder, qué tropa!”.
El pasado 20 de diciembre se pidió el voto a 36.510.952 personas en el conjunto del Estado. Cada uno de los candidatos prometió soluciones para un país asolado por la crisis, el paro y la mangancia. El azar quiso que los resultados fueran endiablados, sin mayorías absolutas, obligando a los cuatro partidos más votados a practicar el más genuino ejercicio de la política: el acuerdo entre diferentes.
Han transcurrido ya cuatro meses y ahí están los cuatro magníficos, mareando la perdiz y con el país empantanado. Han tenido una magnífica oportunidad para cumplir con la voluntad de aquellos a quienes pidieron el voto, y la han desperdiciado. En el sentido contrario al desengaño de Romanones, los votantes fueron leales al requerimiento, pero resultaron traicionados.
Negociar, ceder, escuchar y, por fin, pactar, es puro oficio de políticos pero han sido incapaces de ejercerlo. Cuatro meses después, siguen, haciendo como que hacen, cobrando ellos y los suyos sin despeinarse, mientras va pasando el tiempo hasta apurar los plazos y comenzar de nuevo.
De mayor a menor, digo por el acopio de votos, Mariano Rajoy reculó desde el primer momento y se lavó las manos, hala, que se mojen otros, mientras él se fuma el puro a la espera de ver pasar el cadáver de sus enemigos. Y es que lo que de verdad le gustaría, a él y a su partido, es seguir para siempre con el rodillo absolutista sin someterse a control alguno de los representantes del pueblo, laminando derechos y amnistiando a sus amigos corruptos.
Qué decir de Pedro Sánchez, acribillado desde el principio por la baronesa y sus barones, obligado a abrazarse en pacto de hierro con el ciudadano Rivera como ya lo hizo, cándido él, con el televisivo Bertín, mientras se ha ido alejando cada vez más de sus aliados ideológicos naturales y emprende autista el viaje a ninguna parte. Él, Pedro Sánchez, que prometió un cambio de izquierdas, no ha sido capaz de cumplir su compromiso y todo ha quedado en un saldo descafeinado de progreso imposible.
El tercer mosquetero, Pablo Iglesias, la gran esperanza blanca para muchos, ha resultado un aprendiz de brujo que convirtió el ilusionante espíritu del 15-M en un órdago, así, de salida y sin desgreñarse la coleta. Los denostados sillones y cargos contra los que se bramó en la acampada de la Puerta del Sol fueron el precio del acuerdo. El derecho a decidir, o el referéndum, fue condición inquebrantable para negociar con quienes nunca, pero nunca, iban a aceptarla. Mientras su flamante partido iba perdiendo frescura en ceses y renuncias, Iglesias ha ido bajando el listón de sus exigencias, pero quizá ya demasiado tarde y después de demasiados agravios y altanerías.
La larga mano de los conservadores, y aquí entra D’Artagnan como cuarto mosquetero, viene representada por Albert Rivera. La derecha pura y dura, acaudillada por una cara nueva, moderna, bien lavada y bien peinada. Pero derecha. La casualidad, o la endeblez de Sánchez, ha hecho grande a Ciudadanos. Jamás hubiera imaginado Rivera que conseguiría tener agarrado al PSOE por donde te dije, y ejercer de tapado del PP, para impedir el pacto de izquierdas y abrir la cada vez más cierta posibilidad de un Gobierno de la derechona con los socialistas como guinda pero, en su modestia, chupando también del bote.
Repetiremos las urnas, según parece. Se han pasado cuatro meses tomándonos el pelo, estafándonos como trileros, amagando y no dando, prometiendo sin cumplir, desinflando el globo de la esperanza. El PP seguirá en La Moncloa con el apoyo de C’s y abstención del PSOE. Lo disfrazarán de pacto regenerador, habrá rostros nuevos, pero mandarán los de siempre. Y a todos nos quedará la cara de bobos después de que quienes debieran haberlo impedido nos han contado una milonga. Bueno, nos han estafado todos, los cuatro mosqueteros, los que nos pidieron el voto, porque nos han vuelto a engañar, como engañaron a Romanones. ¡Joder, qué tropa!