EL pasado sábado vi Truman, la espléndida película dirigida por Cesc Gay y protagonizada por Ricardo Darín y Javier Cámara. Sabía de los elogios y premios que había recibido el filme pero, tengo que reconocerlo, ignoraba por completo de qué trataba. Me quedé perplejo. La historia me transportó de inmediato a Johan Cruyff. No al divino exfutbolista y genial entrenador, sino a la persona que anunció el pasado mes de octubre que padecía cáncer de pulmón. Fue una tremenda noticia, pero Johan lo comunicó tan así, despojándola de dramatismo. Como diciendo: tranquilos, que todo está bajo control. Pensé entonces, supongo que como la mayoría: un tío con pasta y sus antecedentes (en febrero de 1991 un infarto le obligó a permanecer alejado del banquillo del Barça durante unos meses y a superar el hábito de fumar, de ahí la famosa imagen del técnico holandés con un Chupa Chups en la boca, dulce que se ha convertido en un icono en el espacio de condolencias habilitado en el Camp Nou) habrá estado sometido a sistemáticos análisis médicos, y en consecuencia seguro que le detectaron el mal a tiempo.

El pasado 2 de febrero anunciaba a través (cómo no) de un símil balompédico minuto y resultado de su pálpito vital: “Ahora mismo tengo la sensación de ir ganando 2-0 en la primera parte de un partido que aún no ha terminado, pero que estoy seguro de que acabaré ganando”. Pero, cuán jodido es a veces el fútbol, los del equipo contrario remontaron.

¿Lo intuía Johan y se hizo el sueco, como Julián (Darín) en Truman, tratando de no combatir más allá de lo razonable (¿y qué es lo razonable en un caso así?) lo inevitable, desdeñando la lucha contra la fatalidad so pena de caer en una angustiosa agonía con tal de arrancarle unos días más, minutos, segundos incluso, a la muerte? ¿Qué haría yo, me pregunto? ¿Qué hizo Cruyff?

La enfermedad se lo ha comido tan pronto que intuyo que Johan, que de amarrategi no tenía nada, ha optado por la vía Truman. Me lo imagino rememorando sus fascinantes requiebros con el balón mientras saborea un excelente cava catalán o un sabroso rijsttafel holandés. Quizá dándole vueltas a la figura de Dios, el del más allá, porque el de más acá lo conocía de sobra, y en primera persona.

El muy divo hasta eligió el momento preciso, en pleno clímax que imprime la Semana Santa, y cuando ninguna luminaria futbolística pudiera difuminar lo más mínimo su despedida.

Desde luego no ha sido el caso de la selección española y su tinglado de dos encuentros amistosos despachados con desgana, donde lo más destacado por aquellos medios de comunicación necesitados de llenar páginas y radio, o de afilar la punta del lápiz a costa de cualquier nimiedad ha sido el Periscope de Piqué. Casi nada ante Italia (salvo el gol de Aduriz que sacó del comprometido trance a Del Bosque) y nada frente a Rumanía, encuentro por el que fueron desfilando los jugadores que no intervinieron, o apenas lo hicieron, en el partido frente a los azzurri.

Los últimos amistosos previos a la lista definitiva de jugadores que el seleccionador español confeccionará para la Eurocopa de Francia solo han servido para sembrar el desconcierto, la duda y sobre todo el desánimo. Se ha perdido el rastro de aquel estilo de juego que encontró la gloria bebiendo precisamente en las fuentes de Johan Cruyff, y cuando tanto se echa de menos su impronta va y se muere el Sumo Sacerdote.

El próximo sábado el Barça aguarda pletórico al Madrid en el Camp Nou y tres días después al Atlético, en los cuartos de final de la Champions. Hablamos de la sublimación del fútbol como seducción. La criatura de Cruyff. Mucho me temo que el hombre más valioso (en su concepto global, de jugador, de entrenador) en la historia del este deporte tendrá un sincero homenaje.